Otro 25 de mayo



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    Nunca el 25 de Mayo constituye una fecha más en la Argentina. El aniversario de la revolución patriótica que rompió en 1810 el lazo colonial que nos sometía a España y a la corona de los Borbones -hecho que luego, en 1916, fue ratificado con la declaración de la independencia-, nos convoca siempre al recuerdo de los grandes legados que ese día y los que siguieron de la gesta liberadora nos transmitieron para articular nuestra existencia como nación soberana, respetuosa de los principios de la libertad y la justicia, tanto para nuestro pueblo como para todos los del mundo. 

    En esa fecha, como dijo por entonces el presbítero Tomás Javier Gomensoro, cura párroco de Soriano, en la Banda Oriental, expiraba “la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación déspota de la península española” y se echaban los cimientos “de una gloriosa independencia que colocará a las brillantes provincias de América del Sud en el rango de las naciones libres”. Junto con esa manifestación del derecho  inalienable que le cabía de gobernarse a sí misma, la nación emergente reivindicaba la soberanía popular como fuente de sus decisiones fundamentales, el compromiso de acudir a la movilización del pueblo –lo que hoy llamaríamos democracia participativa- como herramienta política de su conformación como país autónomo.    

    Otro de los grandes legados heredados de la Revolución de Mayo es el concepto de igualdad de todos los habitantes de la sociedad, incluidos aquellos que pertenecían a las comunidades indígenas, como lo proclamó Juan José Castelli frente a las ruinas de Tihuanaco en el primer aniversario de la Revolución. Ese concepto fue liminar del movimiento patriota y comenzó con el decreto de supresión de honores redactado por Moreno y luego, en la Asamblea del Año XIII, con la abolición de los títulos de nobleza y la libertad a los hijos nacidos de esclavos.

     La Revolución de Mayo lejos de ser entonces un simple acontecimiento para evocar como parte de un pasado congelado, sigue siendo un hecho vivo, el principio fundador de una nacionalidad que tiene pendientes de realización muchos de los sueños que inspiraron a nuestros próceres y que hoy son bandera de muchos países de América Latina. Porque, cuando Gomensoro hablaba de una constelación de provincias que alcanzarían “el rango de naciones libres” de hecho estaba adelantando ese ideal jamás concretado de una patria grande, unida en torno a los principios de la equidad, la independencia y la integración solidaria, por el que lucharon en los años siguientes San Martín, Bolívar y otros extraordinarios patriotas nuestros y latinoamericanos.

    En el mundo de comienzos de la segunda década del siglo XXI, la marcha de los pueblos de América Latina, incluido el argentino, hacia el logro de nuevas conquistas en el plano de lo social, político y económico tiene muchas coincidencias con aquellas metas del ideario patriótico. Y con muchas de las asechanzas que sufrieron, porque las mismas fuerzas que bregaron en doscientos años de historia por ahogar los intentos de liberar a nuestros países de la dependencia extranjera y la injusticia en el interior de sus sociedades tienen abogados similares e incluso a veces con los mismos apellidos que los representaban en aquel entonces. La diferencia es que ahora esos abogados sirven a las corporaciones que encarnan al poder económico y financiero global.

    Sin embargo en nuestro país, y a pesar de esas asechanzas, se ha podido avanzar de modo alentador en la mejora de las condiciones de vida materiales (salarios, salud, educación, vivienda, etc), en la inclusión de importantes capas de la población al consumo, en la ampliación de los derechos cívicos, sociales y económicos, como lo han demostrado los estudios hechos por organismos como el Banco Mundial o las Naciones Unidas. La cantidad de integrantes de lo que habitualmente se llaman capas medias subió en el último decenio, como lo afirman esos propios estudios. Y si se avanzó en ese camino es porque esas experiencias en América Latina han apostado a aquel principio de autonomía soberana que está en la raíz de la Revolución de Mayo argentina y de otras gestas de emancipación de las naciones del continente.

    No es extraño, y hasta es reconfortante, ver como días pasados, en el segundo aniversario del famoso 15 de mayo de 2001, en España distintos sectores sociales afectados por la crisis e indignados contra las medidas que tratan de resolverla sacrificando a los que menos tienen (con el desempleo, los desahucios, la rebaja de salarios y otras más), se movilizaron en veinte de las ciudades más importantes de su territorio propalando consignas que reivindican la actitud argentina de desprenderse del FMI y le advierten al gobierno de Mariano Rajoy que de no hacer lo mismo lo barrerá el impulso de la historia.

    La historia. Esa es la palabra, precisamente: ese transcurso del tiempo ya vivido que siempre tiene algo para enseñarnos. Durante mucho tiempo, sobre todo bajo el predominio ideológico del neoliberalismo, se despreció a la historia como fuente de experiencias útiles para el presente y el futuro. Esa etapa ha pasado. Y hasta es muy posible que el proceso de cambios que se da en la Argentina y otros países en los últimos años tenga bastante que ver, entre muchos otros factores, con un mayor interés, sobre todo de parte de la juventud, por leer y conocer la historia, por recoger y potenciar sus grandes enseñanzas.

    Esa lectura nos indica que la Revolución de Mayo ha dejado una herencia de ideas que, en muchos casos, están todavía pendientes o en vías de realización. De ahí que, si nos miramos en el espejo de Mayo, y eso es siempre conveniente y vital para sostener nuestras raíces, lo primero que debemos promover en nuestras conciencias es ese balance de lo que se hizo o no se hizo y de lo que aún debemos hacer para ser fieles a la herencia patriótica. Son estas evaluaciones, y no las conmemoraciones formales o los protocolos fríos o burocráticos, los que hacen verdadero honor a la fecha patria. Lo demás son palabras que, como se sabe, si no están respaldadas por los hechos se las lleva el viento.