Pura química

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El amor no es un asunto del corazón, como suele decirse, sino del cerebro: cuando nos enamoramos, en el órgano encefálico se activan doce zonas y se desencadena una serie de poderosas reacciones químicas. La ciencia ya está en condiciones de explicar en detalle qué pasa en el cuerpo y por qué el amor nos vuelve “irracionales”.

"Es hielo abrasador. Es fuego helado. Es herida que duele y no se siente", así definía Quevedo la pasión amorosa. Los poetas, escritores, pintores y músicos han nombrado al amor de una y mil formas a lo largo de los siglos. Ninguna otra emoción humana ha provocado la inspiración de los artistas tanto como ésta. Y sin embargo, en la actualidad la ciencia confirma que ese auténtico tsunami emocional que sucede a los encuentros entre personas enamoradas es, en principio, resultado de reacciones físicas, causadas por hormonas que actúan como neurotransmisores y que aumentan en los momentos más placenteros de la vida.
En concreto, intervienen la norepinefrina, la dopamina y la feniletilamina. Éstas son la base de este proceso interno que tiene repercusiones a nivel de la emoción, los sentimientos y, finalmente, las conductas. Se trata, en rigor, de un conjunto de reacciones emocionales basado en descargas neuronales (electricidad) y hormonales (donde intervienen sustancias como la dopamina, norepinefrina y bajos niveles de serotonina), lo que se traduce en una suerte de “revolución interna” que convierte lo racional en irracional, la prudencia en torpeza y la serenidad en nerviosismo: los signos del enamoramiento.


La feniletilamina es un compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas que tiene la capacidad de aumentar la energía física y la lucidez mental. El cerebro responde a tal compuesto con la secreción de dopamina (que inhibe el apetito), la norepinefrina y la oxitocina, que permite a los enamorados permanecer horas coqueteando, haciendo el amor o conversando sin percibir sensación de cansancio o sueño.


El inglés Henry Dale descubrió en 1936 esta sustancia fabricada por el cerebro –la oxitocina, producida por la hipófisis, aunque también por otros órganos del cuerpo- que también tiene la capacidad de producir contracciones uterinas y tiene una participación clave durante las relaciones sexuales, ya que aumenta en la mujer la lubricación vaginal y en el hombre participa en la capacidad de erección y la producción de testosterona (los niveles máximos de oxitocina aparecen durante el orgasmo y en los instantes posteriores al mismo).


Hay quienes la llaman “la hormona del amor”. Un dato interesante es que la presencia de oxitocina estimula y fortalece al sistema inmunológico, potenciando las defensas naturales del cuerpo contra el estrés y agentes extraños (al incrementar la cantidad y las funciones que cumplen los monocitos, una variedad de glóbulos blancos y principales soldados del sistema de defensa).


Peter Klaver, de la Universidad de Zurich, comprobó que esta hormona es necesaria e importante para crear sentimientos de confianza, vínculos de amistad y en el marco de la sexualidad humana. Los sentimientos románticos irracionales también pueden ser causados por la oxitocina, una hormona sexual que participa en la sensación de orgasmo y en el acercamiento. Una curiosidad: la oxitocina ya se usa a nivel experimental en forma de spray nasal en el tratamiento de las personas tímidas, para facilitar el acercamiento a los otros.


La dopamina, otra de las sustancias en juego, se activa en el enamoramiento: se trata de una hormona clave en el “sistema de recompensa” del cerebro, porque estimula la red de células vinculadas al placer -y las adicciones-. Esto explica también en parte por qué ante rupturas indeseadas o imprevistas, el enamorado puede sufrir una suerte de síndrome de abstinencia, parecido al que sufren los adictos cuando son privados de su droga.


Los efectos de la adrenalina y noradrenalina, vinculadas a la euforia inicial de las relaciones, también hacen notar sus efectos: el corazón late más deprisa, la presión arterial sistólica sube, se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular y el cuerpo genera más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.


Según han documentado los antropólogos en 147 sociedades humanas, el amor romántico empieza "cuando un individuo empieza a mirar a otro como algo especial y único". Luego el amante sufre una deformación perceptiva por la que agiganta las virtudes e ignora las sombras del otro. Pero con el pasar de los meses, el organismo va haciéndose resistente a estas descargas y reacciones, lo que provoca el fin de la etapa de conquista y enamoramiento y va dando paso a la del amor, que puede alcanzarse o no.


Así como en la primera fase, se imponían el deseo ardiente, la sensación de euforia y la atracción -relacionados con altos niveles de feniletilamina, dopamina y norepinefrina, adrenalina etc.- la relación duradera se vincula a la oxitocina y la vasopresina. La testosterona, es una hormona también importante en lo relacionado al deseo sexual tanto en el hombre como en la mujer (a pesar que se la considera clásicamente una hormona masculina).


Se calcula que el período de enamoramiento dura de 2 a 3 años, hasta que la atracción bioquímica decae. Es entonces cuando comienza la segunda fase en que las endorfinas -de estructura similar a la de la morfina y otros opiáceos- confieren la sensación común de seguridad, apego y paz.
Por supuesto que los factores psicológicos intervienen en este proceso, sobre todo en el plano de las elecciones de pareja –que se sustentan en modelos forjados durante la niñez y la adolescencia, de acuerdo a experiencias tempranas como la relación que la persona mantuvo con sus padres y con sus primeros vínculos amorosos, y en la interpretación que la persona hace de las vivencias por las que atraviesa. Pero es innegable que la química del cuerpo acompaña este proceso  y potencia ciertos aspectos que hacen del amor, eso que en definitiva es: un misterio. Un sueño idílico o una tormentosa pesadilla; siempre, una experiencia transformadora e intensa.
Finalmente, una pregunta inquietante: ¿en el futuro podremos tomar una pastilla para enamorarnos de otro, con o sin su consentimiento? Hay quienes opinan que técnicamente sería posible.