Reinas madres: el esfuerzo por dar vida

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Todas las madres enfrentan, en mayor o menor medida, el trabajo de la crianza y el cuidado de los hijos. Aunque para algunas el sacrificio es mayor: son mujeres para las que la maternidad fue resultado de una lucha, de la voluntad, del deseo de concebir y acompañar a sus hijos. Este mes ellas también celebrarán su día junto a sus hijos.

  Salvando aquellas que deciden no concebir, la maternidad es un sueño que buena parte de las mujeres quiere concretar en algún momento de su vida. Aunque no a todas les resulta sencillo: muchas han superado auténticas odiseas para llegar a quedar embarazadas.  Desde las que lo han hecho solas, las que conciben a edad avanzada hasta las que logran superar problemas de fertilidad.

  Mujeres que tienen patologías o dificultades para concebir (infertilidad) ponen el cuerpo para atravesar diferentes tratamientos aun sabiendo que son dolorosos, muy costosos y sin garantías de que el resultado sea exitoso.  Las que deciden ser madres solas, suelen enfrentar prejuicios de la sociedad por elegir hacerlo fuera de lo que el mandato cultural impone como una situación “ideal”. Quienes lo hacen  rescatan y hacen valer, por sobre las dificultades, la posibilidad de concebir y criar a sus hijos.

    El reciente caso de la actriz María Fernanda Callejón, que en septiembre fue madre por primera vez a los 49 años –su beba se llama Giovanna-, después de años de luchar por quedar embarazada disparó una ola de apoyo en los medios y las redes sociales y visibilizó un problema –el de la infertilidad- que afecta, sólo en la Argentina, a un millón y medio de parejas cada año, y en el mundo entero 48,5 millones por año, según la Organización Mundial de la Salud.
Por fortuna –y gracias al avance de la medicina- buena parte de estas historias tienen un final feliz.

  El caso de Luciana Mantero, periodista y autora del libro El deseo más grande del mundo (Paidós), de próxima aparición, es por demás ilustrativo en este sentido.  Mantero atravesó un verdadero calvario, después de que, tras tener a su primer hijo, los médicos detectaron que padecía de “menopausia precoz” y desalentaron cualquier posibilidad de que volviera a concebir. “A los 32 años me dijeron que mis óvulos no servían, que estaban viejos, que no tenían la calidad suficiente para fecundar”, relata ella a Revista Cabal. 
  “Vi diez médicos -entre ginecólogos, endocrinólogos y especialistas en fertilidad- en tres años. Iba buscando alguna solución, alguien que me dijera que la cuestión era reversible. Todos los médicos me decían lo mismo: que pensara en una ovodonación, que era prácticamente imposible que quedara embarazada con mis propios óvulos.”

  A mediados de 2011 hizo un intento de tratamiento que no resultó, aún con el doble de medicación. Se refugió en su trabajo y cayó en un estado de tristeza crónica. Sentía culpa, además, por no poder concebir, y comenzó un periplo en el que lo intentó casi todo: fue a una terapeuta que trabaja con gotitas de agua, al homeópata, hizo Reiki, Constelaciones Familiares, Reflexología, fue a encuentros de madres, e incluso, desafiando su ateísmo y su agnosticismo visitó en Salta a la Virgen del Cerro y le pidió otro hijo.  “No sabía cuánto quería tener más hijos hasta que me topé con esta circunstancia”, dice ella.
  Comenzó a inyectarse una hormona en la panza para estimular el crecimiento de los microfolículos. Usó agujas demasiado gruesas: “Poner el cuerpo no es algo inocuo. El día cinco parecía un colador”. Como nada resultaba, decidió encarar el camino hacia la ovodonación: “Empecé a entender que nada malo podría salir de este deseo tan fuerte de querer dar vida. Que con mucho amor, cuidado y con la verdad, nada de lo que viniera podía ser tan grave”, recuerda. Al mes, quedó embarazada naturalmente. Hoy tiene dos hijos, que crecen sanos y felices.

   En el libro que escribió, Mantero reúne otros testimonios de madres que pelearon contra la infertilidad y salieron victoriosas, o decidieron enfrentar solas la concepción y la crianza: hoy son ejemplos de hasta qué punto los valores de la maternidad bien entendida –la paciencia, el deseo de dar vida, el cuidado, el amor, y la capacidad de educar y acompañar a sus hijos- pesaron más que los diagnósticos pesimistas, la falta de garantías y el egoísmo de pensar en su comodidad o incluso su conveniencia personal o laboral.

En ese marco, el de Romina, es uno de estos casos, grafica bien la situación por la que pasan las “madres solas”: ella se casó, se dedicó a viajar y a los diez años de matrimonio quiso empezar a buscar un hijo. Cuando se dio cuenta de que su marido la estaba esquivando (“Estaba esperando que se te pasara el cuarto de hora y te dejaras de joder”, le confesó) se separó y decidió ser madre. Lo intentó con una donación de esperma y su primer tratamiento fracasó. Le extirparon cuatro fibromas, y justo en medio de la recuperación dejó de menstruar, a los 42 años. Le dijeron que sus óvulos no estaban en las mejores condiciones, que si tenía poca plata mejor fuera a lo seguro y recurrió también a una donación de óvulos.  También pensó en adoptar: se anotó en el registro pero cuando se enteró que podían tardar años, decidió hacer el tratamiento. Tuvo a su bebé y fundó un grupo en Facebook de Madres Solteras por Elección Propia. Además coordina un grupo en la ONG Concebir.

  Otro caso es el de Andrea: pasó por cuatro tratamientos y perdió dos embarazos (uno ectópico) durante diez años. Sufrió muchísimo cada pérdida y cada tratamiento.  Finalmente quedó embarazada naturalmente y tuvo a su bebé.  A veces estos procesos, las largas búsquedas devienen en un desgaste de la pareja;  Andrea terminó separándose de su marido a los nueve meses de haber nacido su segundo hijo. 

  Lo mismo Alejandra, que tiene 42 años y empezó a buscar a los 38: Se pensaba madre más allá de la pareja hasta que una médica la frenó y la mandó a terapia.  Conoció a Juan. Quedó embarazada en seguida pero a los dos meses perdió el embarazo. Hizo el duelo enterrando al embrión, cantándole. Volvió a quedar embarazada: era un embarazo anembrionado. Fueron a otra médica que les hizo un tratamiento experimental y quedó nuevamente embarazada.  Se la pasó meditando. Llegó a ver al bebé en la ecografía que se movía como loco. Era un bebé con síndrome de down. La médica puso cara de drama. Ella quería tenerlo. A los días, lo perdió naturalmente. Lo enterró entre canciones. Empezó un curso con un maestro tibetano, se concentró en atraer a la maternidad buscando que los otros proyectos de vida la ayudaran y protegieran.  Hoy tiene un hijo que se llama Benicio.”

  Así, cada día decenas de mujeres argentinas se embarazan y llegan a parir, y se deciden a enfrentar la maternidad con responsabilidad y afecto. Ellas, como todas las mamás, saben que el trabajo de dar vida puede ser sacrificado, y vale la pena. Este mes celebrarán con sus chicos, desayunando en la cama, pintando o reuniéndose en familia.


Números sobre la maternidad en la Argentina
  La Fundación Observación de la Maternidad es un centro de estudios sin fines de lucro que se propone promover los valores sociales de la maternidad y aporta cifras interesantes sobre la realidad de las madres argentinas. En ese marco, difunde que  de las mujeres en edad fértil, el 44,8% son madres. Entre las que son mamás, el 41,3 % tiene bajo nivel educativo, el 52% vive en el Gran Buenos Aires y el 60,6 % participa en el mercado de trabajo. El 16,2% de las madres afrontan solas su maternidad y en el 9,2% de los casos se trata de madres separadas o divorciadas.
  La edad promedio de las madres es de 24 años al tener su primer hijo y de 37 años al tener el último. Las que gozan de mayores ingresos demoran más su maternidad (1 año más, en promedio), mientras que las que tienen alto nivel educativo son madres –en promedio- 6 años más tarde que las que tienen bajo nivel educativo (28,3 años vs. 22,3 años).
  Las madres de los principales centros urbanos de la Argentina tienen un promedio de 2,3 hijos.