Terminé el secundario, ¿y ahora qué?

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Los recién egresados suelen sentirse presionados familiar y socialmente para definir su futuro. Cómo acompañarlos en esta etapa de grandes cambios y decisiones. Claves de la orientación vocacional y la importancia de escucharlos en profundidad para que puedan descubrir sus verdaderos intereses.

¿Se puede, a los 18 años, elegir con absoluta certeza qué hacer en términos laborales en las siguientes cinco décadas? ¿Qué estudiar, qué camino seguir, cómo y dónde? A esa edad, y quizá durante buena parte de la vida, por lo general se tienen más preguntas que respuestas. Y también están las preguntas de los otros, como explica el licenciado en Psicología Sergio Rascovan, autor de La orientación vocacional como experiencia subjetivante (Paidós, 2016): “Si le preguntáramos a un joven que está cursando su último año de escolaridad media cuál es la pregunta que más le hacen sus amigos, familiares, docentes o vecinos, no cabría duda que su respuesta sería la siguiente: ¿Qué vas a hacer? ¿Qué vas a estudiar? Estas son dos preguntas que refieren a lo mismo pero con sus matices. Mientras la primera alude al amplio campo del hacer que incluiría estudiar, trabajar, estudiar y trabajar o emprender otros proyectos, la segunda restringe las posibilidades de respuesta al ámbito del estudio, algo entendible en una sociedad que estimula el acceso a los estudios superiores pero que, presentado a modo de exigencia u obligación, puede obturar el deseo de estudiar del sujeto que elige, aspecto decisivo para poder sostener cualquier proyecto académico”.

Hay, además una instancia anterior, externa al joven en cuestión, que es la posibilidad de elegir, algo que, como enfatiza Rascovan, no abarca necesariamente a toda la población de esa franja etaria sino a los que tienen la chance real de hacerlo, independientemente de la obligatoriedad de terminar los estudios secundarios, según una ley que no se cumple del todo. Es decir que, frente a esas preguntas, lo primero que aparece es la obvia desigualdad que atraviesa a toda la sociedad más allá de la edad. Y para quienes sí tienen esa posibilidad, hay otras circunstancias que pueden impedirles o dificultarles la respuesta, como las historias personales, los mandatos familiares o sociales y hasta la coyuntura económica. “Por eso –dice el especialista–, los procesos de orientación vocacional deben tender a promover, frente a la pregunta instalada en la vida colectiva, su transformación en una pregunta singular: ¿qué me pregunto yo en estos momentos?”

Al mismo tiempo, el aún estudiante secundario (buena parte de las consultas se hacen antes de terminar de cursar el último año del colegio, aunque las hay también de personas que están transitando otras etapas de la vida) se ve bombardeado por acciones de marketing periodístico que tienen por objetivo instalar distintas carreras o instituciones, con argumentos tentadores que prometen revelar “las profesiones del futuro”, “los profesionales más buscados” o “las carreras con mejor salida laboral”, relacionando casi exclusivamente la elección con el potencial nivel de ingresos y no con los deseos íntimos del adolescente que se asoma a ese momento inaugural de la vida.

“En la actualidad, finalizar la escuela secundaria y encarar los procesos de transición constituyen, para los jóvenes, situaciones de gran incertidumbre. La velocidad en la que transcurre la vida humana es la antítesis de la regularidad y estabilidad de la vida social en otras épocas. Terminar la escuela secundaria implica pensar más allá de la elección de una carrera. Es transitar un momento de reacomodamiento que implica la reestructuración de representaciones vinculadas al presente y al proyecto futuro cuyos efectos tienen fuertes implicancias en la constitución subjetiva”, explica Rascovan en su último libro.

 

“El proceso de transición –agrega– no deja de ser una oportunidad para recrearse a uno mismo, incluso en tiempos en los cuales se vive bajo amenaza de exclusión. Terminar la escuela, entonces, es una experiencia crítica con potencialidad creativa pero atravesada por el riesgo de perder un lugar material y simbólico en la trama social”.

 

Qué hacer

Las dificultades de este joven frente al imponente futuro comienzan, más allá de las características y situaciones particulares, por la obligación de elegir. Y, como dice Rascovan, “elegir es dejar”. Y abunda: “Lo que iguala en este caso es la imposibilidad de no elegir”. Por eso cree que es fundamental que se instrumenten políticas públicas de acompañamiento en los procesos de cierre y finalización de la etapa del colegio secundario, y que sea obligatoria la implementación de instancias de orientación vocacional. Esto independientemente de que considera que la idea de “vocación” es ambigua, ya que lo que en realidad se busca en la orientación es “ayudar a organizar el deseo de hacer algo, que no se reduce a trabajar o estudiar”. 

Por eso entiende que si algo debería caracterizar al sujeto que participa de una experiencia de orientación vocacional es su cualidad de buscador, de explorador. Para lo cual propone la fórmula de las cuatro E: escucha, espera, elaboración, elección. “Más allá de toda tecnología y estandarización, una clínica en orientación vocacional es, ante todo, un espacio de escucha para que circule la palabra. Son los relatos del consultante los que irán configurando la escena. El profesional acompaña con su escucha atenta y con intervenciones tendientes a devolverle al sujeto su propio saber. Este es un proceso que, a propósito de la elección de un proyecto futuro, supone un paréntesis en la vida de un sujeto a la espera de que algo advenga como una verdad sobre sí mismo”.

Respecto del trabajo de orientación, Rascovan describe tres tipos de intervenciones profesionales: “las pedagógicas, dirigidas a los que están en las instituciones educativas (escuelas, universidades, etc.); las psicológicas, dirigidas a los que consultan dentro o fuera de las instituciones educativas, y las sociocomunitarias, dirigidas a los que no están (en las instituciones educativas) porque terminaron y/o abandonaron. Hay que ir a buscarlos”.

Finalmente el especialista considera que, en cualquier caso, se trata de “una elección provisoria, como la vida”. Y que “la elección es un proceso y un acto que se lleva a cabo en un escenario social que tiene ciertas reglas de juego que deben ser conocidas, pero que también pueden ser transformadas”. Así, en ese proceso de elección vocacional hay “momentos de enamoramiento, de fascinación, de euforia, de entusiasmo, de idealización, pero también de desazón, de desencanto, de abulia, de desinterés, de desidealización. Es un proceso incesante con vivencias variadas. No podría ser de otro modo. La vida humana es contingencia, aventura, está abierta. No hay certezas”.