Un año que promete

Actualidad

Rubén Vazquez, presidente de Cabal se refiere a las perspectivas que abre el año nuevo.

Los bordes del calendario inducen siempre a hacer un balance del año. O, en todo caso, para no ser tan exhaustivos, como parecería exigir la realización de un análisis de esa naturaleza, digamos que nos convoca a echar una mirada sobre lo que nos ocurrió en los 12 meses de 2011 que están terminando. En el editorial pasado nos referimos a lo que era un recuerdo infausto de nuestra historia: en este diciembre se cumplía una década de los sangrientos hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Comentábamos lo saludable que sería hacer una comparación entre aquella Argentina y la de estos días. Y digo hoy: qué sano sería hacer un ejercicio de eso que se llama ucronía: pensar lo que hubiera podido pasar de no haber ocurrido lo que pasó después, que fue un reencauzamiento del país en un estado de progresiva normalidad, que se afianzó muy especialmente en estos últimos ocho años. No habría más que imaginar el cuadro cotidiano de lo que nos muestran los diarios de varios países de lo que siempre hemos llamado el Primer Mundo. Así podríamos estar.
Pero estamos en la Argentina y en vísperas de ingresar al año 2012 y nada nos acerca a los contornos de sociedades en estado tan traumático como el de nuestro país hace una década o el actual de muchas naciones europeas. Sí, nos obliga a ser sensatos y realistas en el pensamiento y saber que todo lo que se ha logrado, y sobre todo lo que se tendrá que lograr por figurar todavía como asignatura pendiente, no se alcanzó por que sí, sino que hubo detrás de ello una gestión de gobierno que indujo a ese avance y un pueblo que, convencido, apoyó ese proyecto nacional y popular en desarrollo.   
Sin la continuidad de ese ánimo colectivo, pero sobre todo de su transformación en un masivo despliegue participativo, o dicho de otro modo el involucramiento de la mayoría de los argentinos en el conocimiento y demanda de lo que se necesita, la marcha hacia el objetivo inexcusable de seguir ampliando los márgenes de la igualdad en la sociedad argentina se hará más difícil. Optimizar los niveles de vida y de ocupación en importantes sectores de la comunidad que todavía no disfrutan de los beneficios de un crecimiento cierto y de una distribución más equitativa exige de los ciudadanos estar alertas porque los sectores del privilegio no duermen y siempre van por más. Lo que significa que quieren apropiarse de porciones más grandes de la renta del país, no importa a quienes perjudiquen.
Los desafíos que propone el impulso de nuevas medidas reparadoras en lo social, puesto que tocarán intereses creados, no se cumplirán sin conflictos ni obstrucciones de los núcleos de poder que se sientan afectados por las transformaciones. Eso se sabe. Y es mucho más verdad hoy que nunca, cuando en este diciembre reasume sus funciones, tal vez con algunos cambios en su gabinete, un gobierno que ganó en forma abrumadora las recientes elecciones. Y que fue ratificado en su gestión por haber concretado el proyecto que llevó adelante, pero sobre todo por su compromiso de seguir profundizando los aspectos de ese proyecto que tienen más que ver con la ampliación de la democracia social. Sin una mejor redistribución de la riqueza, sin más trabajo para los desocupados, sin mayor cobertura social para los más débiles la democracia no podrá ser totalmente eficaz.
Está la libertad, es verdad, pero como decía el viejo dirigente socialista francés León  Blum: “Toda sociedad que pretenda asegurar a los hombres la libertad, debe empezar por asegurarles la existencia”. No es malo recordarlo. Y, tanto como ingresar al nuevo año con honda alegría y deseo de que las cosas sigan mejorando, es conveniente saber, afianzar en la cabeza esa idea. Para alcanzar lo que deseamos debemos ser parte de lo que nos interesa, involucrarnos en su realización. El Estado funciona mejor a favor del bienestar de la gente cuando ésta se lo recuerda. No importa cuán vigorosas sean los propósitos de los gobernantes de promover ese bienestar, y no tenemos porque dudar de que el actual gobierno los tenga, pero esos propósitos funcionan más aceitadamente si los que necesitan protección los apoyan y ayudan a mantener frescos en la memoria los compromisos asumidos.
Por nuestra parte, Cabal ingresa al año 2012 con mucha esperanza. No porque crea que necesariamente todo vaya a transcurrir en el futuro sobre un lecho de pétalos. La crisis de los países europeos está lejos de estar solucionada. Y acá y en América Latina hay que estar vigilantes ante posibles coletazos. Pero, confiamos en que el camino que la mayoría de los argentinos ha elegido seguirá ahondándose y que nos preservará de los intentos del Primer Mundo de hacernos cargar el costo de lo que sucedió en muchos de sus países por la especulación y el abuso de las grandes corporaciones financieras y económicas y de sus socios.
Pero también daremos vuelta con satisfacción la última página del calendario de 2011 porque ingresamos al tiempo que las Naciones Unidas han declarado como Año Internacional de la Cooperación: el 2012. Conceptualmente eso significa mucho para los cooperativistas del orbe: es el reconocimiento de que la filosofía solidaria y cooperativa tiene algo que decirle al mundo, que sus realizaciones son un ejemplo que contrasta fuertemente con las estrategias de un poder mundial que en las últimas décadas –y en medio de las potencialidades que ofrece para el ser humano el mayor desarrollo tecnológica que se haya conocido en la historia- ha sembrado el planeta de marginados y hambrientos, de guerras y genocidios, de inconsciencia respecto de la necesidad de cuidar el medio ambiente. Frente a eso, el cooperativismo nos habla de que un mundo mejor es posible y que hay conquistas y modelos de economías solidarias en cientos de países que demuestran que es así. Sobre todas estas cosas seguiremos hablando en las próximas ediciones.
     Por ahora, les deseo un muy feliz año nuevo con sus familias y amigos. Hasta la próxima.

                                                                                           Rubén Vázquez