Una nación soberana

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Octubre de 2015 será un mes para recordar en el país, lo mismo que el fin de septiembre. El primero de esos meses por una razón más que obvia: el 25 habrá elecciones presidenciales para reemplazar en la titularidad del Ejecutivo a Cristina Fernández de Kirchner, que concluye en ese lugar una gestión de ocho años. Sin entrar a juzgar las características de quienes se presentan para cumplir ese rol, hay que decir que, dentro de la tradición política y constitucional argentina, la figura del presidente tiene una influencia decisiva en la marcha de la nación. Por una razón que es constitucional la Argentina tiene un régimen presidencialista, más allá del contrapeso que puedan ejercer en el equilibrio de poderes el Congreso o la Justicia. Esa sola circunstancia confirma la  relevancia entonces del evento que se producirá el 25.

     Es también un hecho indiscutible, como lo admiten muchas instituciones internacionales de prestigio e insospechadas de favoritismo político en sus estudios, que este país ha cambiado sustancialmente en el curso de los últimos doce años –los ocho de la actual presidenta más los  cuatro del su extinto marido Néstor Kirchner- en distintos ámbitos de su realidad: el social y económico, el laboral, el cultural, el de los derechos jurídicos y humanos, el científico, etc. Este país no es aquella nación de 2001, cuando la irrupción de una crisis colosal, cuyos responsables todavía disfrutan de espacios en la televisión y los diarios, la colocó al borde de la desaparición y a su población en una de las situaciones más críticas que recordara en su historia.

    Es irrefutable que existen muchas tareas aún por cumplir, áreas sobre las que se debe avanzar para mejorar la realidad. Pero nadie podría negar la clara trasformación del país en esos años. De ahí que en las elecciones se confrontarán básicamente dos grandes proyectos: el de la de una continuidad de las líneas fundamentales del modelo que hasta hoy se ha cumplido –con el refuerzo de acciones profundizadas en las áreas aparecen asignaturas pendientes- y el que defiende, con variantes o matices, un retorno a las viejas recetas del neoliberalismo, que una y otra vez, en el viejo continente y en otras naciones, ha demostrado su esencial falta de soluciones reales para las grandes mayorías de la población, a las que expulsa del sistema y convierte en víctimas del hambre y la desesperación.

    Argentina es hoy un país virtualmente desendeudado. Y eso gracias a una firme defensa de sus derechos soberanos en lo político, económico y financiero y a que cumplió  rigurosamente sus obligaciones frente a los acreedores que, en una proporción del 93 por ciento de ellos, había pactado dos reestructuraciones de su deuda. También a que no cedió a los chantajes de los fondos buitres que, en su desmesurada y usurera pretensión de cobrar una suma irrisoria e imposible de pagar, lo que perseguía realmente era otra cosa: colocarle de nuevo la soga al cuello al país para desangrarlo y devolverlo a una crisis que tirara abajo todo lo que había hecho hasta ahora o ponerlo en una dura situación ante el mundo de las finanzas internacionales y aislarlo. En ambas estrategias falló.

    Lo demuestra, sobre todo, la histórica la aprobación de los nueve principios que las Naciones Unidas propone como guía para la reestructuración de sus deudas y que, sin ser vinculante, cada país puede incorporar a su legislación como norma propia. La Argentina lo estaba haciendo a través de un trámite legislativo que había empezado en el Senado. Además, los fondos buitres sufrieron además una implícita descalificación en el discurso del Papa Francisco ante la asamblea general de la ONU, donde denunció al voraz sistema financiero mundial de ser causa de una “sumisión asfixiante que produce pobreza, exclusión y dependencia” Cuatro días después, en su último discurso como primera magistrada en ese foro mundial, Cristina Fernández de Kirchner reforzó estas ideas defendiendo una política interna e internacional de su gestión. “Privilegiar los intereses del país no significa estar aislados del mundo” expresó y reveló que los buitres habían estado a la cabeza de un “lobby fenomenal” para frustrar esa política independiente y autónoma de la Argentina.

     La frutilla en el postre de todos estos hechos dirigidos a fortalecer la noción de soberanía de nuestro país –como concepto liminar de una política de Estado pensada para todos los argentinos y por lo tanto digno de ser continuado por cualquier gestión gubernamental que realmente se interese por ese suelo- fue el lanzamiento del Arsat-2, el nuevo satélite diseñado y construido en la Argentina que cubrirá toda América. Este acontecimiento se vigorizó presentando en el Senado un proyecto que declara de interés nacional el desarrollo de la industria satelital y de interés público el Plan Satelital 2015-2035, que contempla la fabricación de ocho satélites hasta esa última fecha. Un salto impresionante en materia tecnológica del país, que redundará en beneficio de sus habitantes, y una prueba más de que una vía independiente en el crecimiento –que no niega ni rechaza la colaboración con otras naciones, todo lo contrario- sigue siendo lo mejor para nosotros.