Vicente Battista: ¿quién le teme al debate?

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El conocido y talentoso escritor se refiere aquí a las discusiones suscitadas en el campo intelectual en las últimas semanas. Un análisis certero y contundente.

No está tan ocupado en entrevistas o notas como en los días de 1995 en que le dieron el Premio Planeta por su novela Sucesos Argentinos, pero reconoce que la aparición de su nombre en una declaración publicada por el Centro Cultural de la Cooperación en Página 12, donde se sienta posición sobre el debate sostenido en las últimas semanas por integrantes de Carta Abierta y de Plataforma 2012, ha activado con mayor frecuencia su teléfono para invitarlo a opinar en distintas mesas redondas, a escribir artículos o responder preguntas de algunos medios. Esta misma nota es parte de ese asedio por conocer su pensamiento sobre el tema.
A Vicente Battista no lo sorprende ni molesta este hecho, más bien lo estimula. Cuentista y novelista de reconocida trayectoria –ha publicado seis novelas y varios libros de cuentos y, además de la distinción mencionada más arriba, recibió el Premio Municipal de Literatura por El final de la calle (1992)-, nuestro entrevistado es un experimentado periodista que no pierde oportunidad de practicar su aguzado sentido de la polémica en columnas y artículos que hoy escribe con regularidad en Télam y otros medios, pero que desplegó también durante años en diversas revistas de Buenos Aires, entre otras Libre, de editorial Perfil, o en diarios como Clarín o La Nación (en este caso su suplemento cultural ADN). 


Como la mayor parte de los escritores de la tradición argentina, Battista ha utilizado el periodismo para ganarse la vida, pero no como un segundo oficio vergonzante (“el mingitorio de la literatura”, como decía León Blum), sino como un instrumento de batalla y análisis en ese campo siempre fértil de la ideología, donde como ciudadano y hombre de esa visión transformadora que desde la Revolución Francesa se llama izquierda ha intentado hacer su aporte en las continuas y necesarias disputas en que se involucra el pensamiento político. Eso, sin descuidar su trabajo en las letras como lo demuestra la circunstancia de tener una producción considerable en narrativa.
Producto de esta última actividad es el título Ojos que no ven, que en abril próximo le publicará la editorial El Ateneo, que en 2009 ya hizo conocer su anterior novela: Cuaderno del ausente. En esta última obra, el personaje central es el periodista free-lance Raúl Benavides, quien en 2006 y por encargo de la productora de contenidos de Jorge Ripoll, decide reconstruir un perfil del ex comisario Evaristo Meneses y para ello se relaciona con Erika, una vieja prostituta que fue amante del fallecido policía y que le revela datos muy jugosos sobre él. Ojos que no ven también lo tiene como protagonista a Benavides, pero diez años antes, alrededor de 1997, en un trabajo en relación de dependencia, no ya como periodista libre.”


“Esta historia transcurre en pleno menemismo –comenta Battista-. Es también una novela de corte policial, con un enigma. Pero más que por el enigma a resolver, que finalmente toda novela tiene, me refiero a ella como un policial por la forma de su escritura, hecha sobre la base de frases cortas, secas. Más joven, Benavides trabaja en una revista llamada Impacto, parecida a lo que sería Hola o Caras. Desde allí se enrolla en un caso olvidado, que dejó de ser noticia: el de un chico de 14 o 15 años encontrado muerto en el patio interior de un club privado. A partir de la nota que escribe se va convirtiendo en una especie de periodista estrella y es invitado por los programas de Bernardo Neustadt y Susana Giménez. Pero la historia, bastante siniestra, se empieza a complicar porque detrás del asunto se mueven hilos del poder eclesiástico, empresario y gubernamental. Bien leída esta historia podría dar la pintura de una época.”
Battista afirma que le gusta escribir novelas, pero que si debiera optar por definirse diría que es más bien un cuentista. ¿Por qué?  “Debido a que me hice más a través del cuento. Y porque, aun al escribir mis novelas, que nunca pasan de trescientas páginas,  estoy pensando con los códigos del cuento, que son los de decir poco y sugerir mucho.  El cuento tiene el doble fondo, la forma del iceberg: lo que circula por la superficie es escaso, pero debajo hay mucho más contenido latente. No se cuenta, pero está. La novela, en cambio, fluye.”  Otros títulos no nombrados en novela de Battista son: El libro de los engaños (1984), Siroco (1985) y Gutiérrez a secas (2002).  Sus libros de cuentos son: Los muertos (1967), Esta noche reunión en casa (1973), Como tanta gente que anda por ahí (1975), El final de la calle (1975) y La huella del crimen (2007). Sus cuentos integran antologías en el país y el extranjero. En 2006, Casa de las Américas le publicó una selección de ellos bajo el nombre de El mundo de los otros.
Secretario gremial en la actualidad de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), Battista cree que sus pares han tenido en estos últimos años, tanto en lo individual como en lo colectivo, una tarea más activa que durante los noventa. “En este momento la SADE, presidida por Alejandro Vaccaro, nada tiene que ver con aquella entidad vetusta que alguna vez fue. Hoy la nueva comisión se están planteando una serie de medidas importantes en defensa del escritor, entre ellas la de su jubilación, que ya tiene en el Parlamento un proyecto que está en comisión. Y que tuvo su origen en el bloque de Nuevo Encuentro. Otra conquista por la que también vamos es el cobro de un canon pequeño a las emisoras radiales y canales televisivos que suelen repetir poemas, ensayos o cuentos de autores del país sin pagarles nada. Todo lo que recaudaríamos mensualmente en ese concepto –tal como sucede en varias sociedades de gestión- sería distribuido entre los autores.” 

 
La declaración que firmó Battista del Centro Cultural de la Cooperación (“El pensamiento crítico y los desafíos de las izquierdas en Argentina”) salió publicada el 16 de enero en Página 12. Dos semanas antes había aparecido otro documento del grupo Plataforma 2012, un colectivo en construcción que se posicionó contra Carta Abierta  –cuyo último escrito fue emitido a fines del año pasado- y el kirchnerismo. Y luego, en respuesta a Plataforma 2012 y en búsqueda de matices que, sin evitar las críticas al gobierno, se diferenciaran de este último grupo, surgió otro texto bajo el nombre de Argumentos para una mayor igualdad. El resto de la charla con el autor de Sucesos Argentinos giró en torno a este tema y sus repercusiones. 

 

¿Por qué el debate?

¿Cuál es su opinión respecto del debate que se ha generado en estos días?
Me parece que es útil y beneficioso. Y me parece que hay que impulsarlo porque fortalece la democracia. Pero, aclaremos algo. Como dice el documento del CCC lo que intentamos es resituar el debate, porque de lo que se trata es de no aceptar la lógica binaria que plantean los grandes medios de comunicación cultural y económica y algunos núcleos opinantes acerca de si hay que ser kirchnerista o antikirchnerista. La discusión fundamental es sobre los instrumentos y las acciones para avanzar en términos reales hacia una sociedad más justa. O sea, debato siempre que sea dentro de un mismo marco de reflexión transformadora, donde puede haber diferencias, pero existe también ese norte como objetivo. Y discuto con respeto por y hacia el otro, porque no se puede plantear ningún debate si de entrada te trato de mentiroso. Eso inhabilita la discusión. Por eso, cuando la gente de Plataforma dice que la brecha de desigualdad ha crecido en los últimos años, eso no es cierto. En el debate que en TN Horacio González y yo sostuvimos con Gabriel Levinas y Pablo Alabarce, ambos miembros de Plataforma 2012, aunque no se presentaron en nombre del grupo sino a título personal, para refutar aquello que se había pronunciado la brecha de desigualdad, me bastó con numerar algunas de las muchas conquistas sociales logradas por el gobierno. Son hechos reales.


Sin embargo, pueden decir que eso es falso, ya que son las cifras que da el Indec.

El 54% obtenido por la presidenta en las últimas elecciones no es un dato del Indec. Yo le decía Jaime Sarudisky, un escritor cubano que estuvo en la Argentina unos días y que preguntó varias cosas: en el 2002 la gente en la Argentina entraba a robar comida a los supermercados o se iba del país. Y los que no podían irse revolvían los tachos de basura, y los chicos iban a las escuelas a comer. La modificación de esos hechos se puede comprobar sin apelar a las cifras del Indec. Hoy las personas no revuelven los tachos de basura para comer, nadie se va del país, sino que vuelven, los chicos van a la escuela a estudiar. Eso en las clases más desposeídas. La clase media, por su parte, que vivía también de mala manera, ahora cada vez que hay un feriado largo se larga a llenar los lugares hoteleros. Esos son hechos reales. Además, el otro hecho real es que a la gente se la ve bien, por más que TN se la pase multiplicando el mismo crimen 52 veces durante el día. El otro dato elocuente, que tampoco viene del Indec, sino de verlo, es el de los festejos del Bicentenario, donde salieron seis millones y medio de personas a la calle. No todos eran peronistas, pero todos salían a festejar, no se robó una sola lamparita ni se rompió un solo vidrio. Eso, los medios hegemónicos nunca lo reflejaron. Se ocuparon de decir: no vayan a Buenos Aires porque va a ser un caos. No fue ningún caos, si hubieran roto un vidrio o una lámpara pública lo habrían sacado escandalizados en primera plana. Eso duró una semana. Otro hecho de relieve fue Tecnópolis, que el macarra de Macri, tan negado que es el pobre, se lo perdió, porque hubiera sido un acontecimiento que habría quedado para los porteños y le hubiera reportado oropeles a su gestión. Pero como tiene un cerebro de mosquito lo prohibió. 
 

¿Cuándo surge Carta Abierta?

El 13 de mayo de 2008 en una reunión en el Café Gandhi. Surgió como respuesta a aquel movimiento destituyente encabezado por las patronales agropecuarias (Sociedad Rural, Confederaciones Agrarias, Federación Agraria y Coninagro) con el pretexto de oponerse a la resolución 125, que imponía una serie de retenciones móviles al sector. Fue un verdadero intento de golpe. Ahora, los golpes de Estado, como por fortuna las Fuerzas Armadas se dedican a lo que se debieron dedicar toda su vida, no se apoyan en las estructuras castrenses. Pero, sí hay grupos de poder económicos encabezados por civiles que pueden intentar operaciones similares de desestabilización institucional. El caso de Ecuador hace poco tiempo es bastante elocuente. Y ha habido casos en que triunfó, como en Honduras. Pero, en el caso del gobierno de Correa gracias a la rápida movilización del pueblo ecuatoriano y de los gobiernos progresistas de América Latina el golpe pudo evitarse. Nosotros hemos sido testigos de lo que ocurría cuando había un golpe de Estado en la Argentina: a lo sumo la mayor parte de la gente solo atinaba a comprar mercaderías por si duraba mucho tiempo y, en los viejos tiempos, escuchar Radio Colonia para tener la  información más veraz. Pero después no se discutía. Tomaban el poder los militares, con la ayuda de los civiles que habían ido a golpear las puertas de los cuarteles, y prometían levantar al país con planes de 3, 5 o 10 años y terminaban hundiendo al país. Todo eso desapareció. Eso no significa que hay que tirarse panza arriba a mirar el cielo, pero es evidente que hay otra estructura, hay otro pensamiento, hay otra unidad en América latina. Y este es un panorama nuevo y alentador. Y esa realidad conmueve a la derecha, que hoy se esconde tras el pensamiento llamado neoliberal.
 

El campo intelectual frente a esos hechos, y sobre todo a partir de la década de los noventa, estaba muy desmembrado. ¿Usted recuerda lo de la muerte de las ideologías?

Sí, claro todas esas paparruchadas sobre el fin de la historia y todo lo demás. Ese esfuerzo de la derecha, por lo menos en América Latina, fracasó. La historia siguió caminando. Y acá, sobre todo a partir de aquel intento desestabilizador, se produce un vuelco tremendo, de lo más beneficioso, con cierto apoyo crítico y silencioso de cierta masa intelectual muy importante, que hace eclosión precisamente en ese momento.  Cuando aparece el conflicto con el sector agroexportador algunas personas que no han abandonado el pensamiento transformador se preguntan: ¿qué está pasando? Y se configura Carta Abierta, que nace como un movimiento de pensadores muy relevantes, algunos vienen del peronismo, otros del marxismo y el socialismo, todos en una línea de reflexión crítica muy similar. Y esa postura ideológica comienza a crecer y crecer y se sigue manteniendo como un grupo asambleario muy vivaz, que se expresa a través de cartas donde resumen su apoyo crítico al gobierno. Después surgen Plataforma 2012 y Argumentos para una mayor igualdad, cuya aparición hay que celebrar.
 

¿Qué críticas le formula usted a Plataforma 2012?

El problema serio que tiene Plataforma es que no plantea una discusión, por lo menos en su presentación. Ellos hablan en ese primer documento de un “relato” oficial y conceptúan a los intelectuales de Carta Abierta como “voceros oficiales y oficiosos del gobierno”. Un gobierno al cual se le debe quitar todo apoyo, sostienen, porque no está llevando a cabo ningún genuino programa transformador. Decretan que no es un gobierno de izquierda y en base a eso lo repudian. No importa cuántas medidas hayan tomado hasta el momento en beneficio de las clases más desposeídas. Proyectada, esa posición implica un riesgo fuerte: que con los mismos argumentos se podría condenar a los gobiernos de Evo Morales, de Dilma Rouseff, de Mujica, de Correa o de Chávez. 
 

¿En la mesa redonda en TN usted expresó otras preocupaciones?

Sí, en esa mesa donde estuve junto a Horacio González, y en una nota que hice para Télam, dije que me asustaba que Plataforma 2012 tuviera un tono similar al del grupo Aurora, el que se formó luego de la pírrica victoria de la oposición al kirchnerismo en las elecciones legislativas de 2009. Era el momento en que Grondona y Biolcatti se sonreían sarcásticamente en televisión y hacían cálculos sobre lo poco que duraría Cristina Kirchner en el gobierno. Y se referían al futuro extraordinario que le esperaba a ellos, que no al país, si gobernaba ese invento llamado Cobos, un don nadie hoy perdido en Mendoza y muerto en el plano político. Cuando se ve a Grondona y a Biolcatti haciendo aquellas predicciones y se las contrasta con el 54 por ciento de votos que respaldó a Cristina dos años después es posible medir el volumen de la pifia, de la equivocación.
 

Esos dos personajes y otros alentaban al grupo Aurora.

Claro. El grupo fue encabezado por Marcos Aguinis y ya desde el inicio estaba tan jugado con el Grupo A, era tan recalcitrante, que figuras muy opositoras al gobierno como Santiago Kovadloff, Juan José Sebreli o Beatriz Sarlo no adhirieron a sus posiciones. Bueno, el Grupo Aurora, que ya se murió, cuestionaba a los gobiernos de Néstor y Cristina y decía que el país vivía una decadencia total. Ahora, cuando Cristina después de 2 años ganó con el 54 por ciento, cuando el kirchnerismo está en su mejor momento, Plataforma 2012 sale con un manifiesto en el que habla de que la brecha de la desigualdad se amplió en estos años y que los intelectuales de Carta Abierta son voceros de este gobierno. Primero usaron el mismo giro que Aurora con Carta Abierta, y segundo, si bien Aurora habla de decadencia, ellos sostiene que se amplió la brecha de desigualdad, cosa que sabemos que no es cierto. Entonces, yo señalé esa semejanza. 
 

El 26 de enero pasado, un artículo firmado por Maristella Svampa y Patricia Zangaro, como integrantes de Plataforma 2012, señalan las medidas positivas del gobierno, pero afirma que eso no debe llevar a diluir las críticas. Y que no se puede hablar de  asignaturas pendientes o de costados débiles de la política gubernamental, sino que debe señalarse la reconfiguración de un nuevo modelo de exclusión

Bueno, creo que parten de un presupuesto equivocado, que es lo que alimenta su desconfianza. Los integrantes de Plataforma 2012 comentan que no se debe hablar de  asignaturas pendientes sino de errores. Días atrás, un grupo de Internet que funciona con el nombre de Política Argentina me preguntó que opinaba sobre esa diferencia que ellos hacían. Y yo les contesté: cuando se habla de un error se alude a una falla cometida sobre algo que se ha hecho. Pero no puedo hablar de un error de algo que no se hizo. No me queda sino decir es algo que falta hacer, por consiguiente es una asignatura pendiente. Y ahí es donde se bifurcan los caminos. ¿Qué es lo que pasa? La gente de Plataforma 2012 dijo en el encuentro de televisión que si en ocho años no se hizo lo que se debía hacer, entonces hay que abandonar toda esperanza de que esos problemas se resuelvan alguna vez. Yo creo que si en ocho años no se hicieron algunas cosas, debemos seguir e intentar hacerlas. Son objetivos que falta cumplir, pero convengamos que se hicieron más cosas de las que nosotros ni pensábamos que se iban a hacer.
 

Hay en esa posición como de cierta disociación con la realidad, como si no comprendieran que la gestión de un gobierno que intenta transformaciones que afectan al establishment requiere una estrategia pensada, de un paso a paso para no abrir muchos frentes a la vez.

Es que no quieren ver, quieren de pronto tener la totalidad. En el interrogatorio de Internet al que aludí me preguntaron: ¿cuáles son los principales defectos a su parecer en el gobierno? Y yo les contesté: en el campo en el que yo me muevo podría objetar ciertos baches a la hora de comunicar, en algunos casos optando por un silencio que le juega en contra. La presidenta habló bárbaro días atrás, pero no hizo la menor mención  al conflicto de la megaminería y al conflicto con los pueblos originarios. Ahora, son diferentes modos de enfocar el problema. Como yo confío en este gobierno, digo: no es hipocresía, es política. Estamos dando un paso, vamos a dar otro paso.
 

Es lo que pasaba con algunos intelectuales que decían que Kirchner metía las manos en el barro y que eso deslucía sus propósitos. Hay que mirar los resultados. Por otro lado, tampoco hay que hacerse la ilusión de que este gobierno implantará el socialismo.

En el debate televisivo dije que en ningún momento se planteó que Kirchner 2003 era la toma del Palacio de Invierno o la de la Bastilla, ni mucho menos el ejército revolucionario bajando de Sierra Maestra. La propia presidenta lo ha dicho: queremos un capitalismo real, de verdad y humanizado. En una nota que escribí hace unos días para Miradas al Sur y que titulé “Los intelectuales y la torre de marfil”, me referí a este problema de ver la realidad bajo la lente de la pureza revolucionaria, cosa muy propia del trotskismo y que plantea que todo lo que no se ajusta de modo inmediato a los ideales definitivos de su mirada está mal. Lo que digo en esa nota es: las sociedades perfectas, prolijamente organizadas y ajenas a cualquier tipo de contradicciones, solo las encontramos en la ficción. Ese encuentro suele producir escalofríos. Pienso en Un mundo feliz de Aldous Huxley, o 1984, George Orwell. Las sociedades humanas distan de ser perfectas. Justamente esa imperfección es lo que las convierte en vivas y actuantes. Y de ahí paso a la dialéctica de Hegel y termino en Marx. Para éste, la dialéctica de la historia lleva finalmente a la sociedad comunista, que es la sociedad donde las clases sociales desaparecerían y al no haber clases antagónicas los conflictos también se evaporarían. Pero esa sociedad, como se sabe, no ha sido fundada, es todavía, y vaya a saber sino para siempre, una quimera. De modo que vivimos en sociedades con conflictos que debemos asumir. O sea, ¿mientras tanto que hacemos?
Desde esa posición del revolucionario incorruptible, que da un paso al costado porque advierte que aun no se ha logrado la definitiva desaparición de clases, en rigor lo que se hace es ingresar a una torre de marfil y condenar cualquier posibilidad concreta de cambio. Así, en vez de ejercer el arte de la crítica ejercen el arte de lo imposible y se lavan las manos. Eso cuando no se alistan con las posiciones más reaccionarias de la derecha, como pasó con un sector de la izquierda argentina (el del Partido Comunista Revolucionario y la Corriente Clasista Combativa) que se sumaron durante el paro del campo a las posiciones del establishment.
 

La gestión política en el sistema democrático exige negociación, pero para ellos cualquier negociación, aunque sea a la vista, es espuria.

Acá hubo elecciones y dentro del sistema democrático el poder judicial está separado del Ejecutivo, por lo que hay que aceptar que ciertas medidas lleven más tiempo del que quisiéramos para ser cumplidas. Pensemos sino en la ley de medios. Esas son las cartas con que se juega en el sistema democrático. Con respecto a la política, siempre recuerdo el verso de un tango de Charlo, Las cuarenta, donde el que canta le dice a su mujer o a su amante: “Y no te sorprendas si una noche de estas me vez pasar del brazo con quien no debo pasar”. Esa es la política, tengo que ir a negociar esto para conseguir aquello. Lo otro es sencillísimo: voto, porque si no me cobran una multa, pero voto por un partido que sé que no va a ganar y me quedo tranquilo con mi conciencia. Ahora, ¿qué te parece si logramos hacer una unidad y empezamos a votar por algo que pueda ser una pequeñísima ayuda a este país?
 

Es increíble a veces hasta la falta de un instinto elemental de izquierda. Ver dónde está la derecha y saber que allí no se puede estar.

Me acuerdo de una anécdota de 1955, cuando cayó el gobierno peronista. Yo era un estudiante secundario y con otros compañeros caímos en una manifestación antiperonista en plaza San Martín donde se me acercó un tipo y me puso en la solapa un escudito de Cristo Vence. Mi padre era un carpintero socialista, que me había educado en una convicción claramente anticlerical, ni siquiera estoy bautizado. Y cuando pasó esto me dije: evidentemente estoy en el lugar equivocado. Si la Sociedad Rural o cualquier otro enemigo irreconciliable del pueblo están de un lado, seguro que yo tengo que estar en la vereda de enfrente. Eso lo marca un instinto político elemental. Hace poco tiempo me mandaron una solicitada para firmar en la que se proponía como Premio Nobel de la Paz a Daniel Barenboim, un artista irreprochable y merecedor de esa distinción. Y me fijé quienes lo firmaban y entre otros estaba Marcos Aguinis. Y ahí desconfié. Resulta que era un momento en que existía la posibilidad de que le dieran ese premio a las Abuelas de Plaza de Mayo. Y se había inventado esta otra opción, con una figura intocable como Barenboim, para meter una cuña que tapara la otra alternativa. Al final el premio se lo llevó un chino disidente. Pero, como digo: si está Aguinis o Biolcatti siempre hay que desconfiar, yo no firmé.

                                                                                     Alberto Catena