Cae la noche tropical

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Cae la noche tropical. Autor: Manuel Puig. Versión escénica: Santiago Loza y Pablo Messiez. Dirección: Pablo Messiez. Elenco: Leonor Manso (Nidia), Ingrid Pelicori (Luci) y Fernanda Orazi (Silvia). Voces en off: Javier Rodríguez Cano (Ñato) y Lalo Rotaverría (Comisario de a bordo). Escenografía: Mariana Tirantte. Vestuario: Renata Schussheim. Iluminación: Gonzalo Córdoba. Música original y puesta de sonido: Carmen Baliero. Duración: 105 minutos. Sala Casacuberta del Teatro San Martín. De jueves a domingo.

 

La vejez es esa edad épica por excelencia, donde todo tiene que ser consultado con la muerte, decía Manuel Puig. Y donde, mientras todavía sobrevive un soplo de salud, el hombre o la mujer se aferran fuertemente a la vida, a los afectos que más se necesitan para transitar esos instantes postreros del recorrido existencial. Nidia y Luci, las dos hermanas argentinas de más de ochenta años que protagonizan la historia de Cae la noche tropical, precisamente de Puig, son dos buenos paradigmas de esos rasgos que, inevitablemente, casi como las propias arrugas, el crepúsculo de la existencia instala o acentúa en algunos casos. Luci y su hijo Ñato residen en Río de Janeiro desde los años setenta. Ella está en su propio departamento y él, que es ingeniero, vive al lado. Han recalado en Brasil por la persecución política que han sufrido en la Argentina de la Triple A y que incluso les ha hecho perder su casa. El otro hijo de Luci, de nombre Luis, ha quedado en Buenos Aires donde vive con su mujer y diez gatos y al que ella quiere mucho pero con quien dice no podría vivir.  Nidia, por su parte, reside en Buenos Aires y tiene un hijo, el Nene. Ha perdido no hace mucho a una hija Emilsen, quien murió de cáncer a los 48 años. Al iniciarse la obra, está pasando unas largas vacaciones con su única hermana viva. Y como hábito principal en esos días que pasan juntas comentan los sucesos cotidianos y, con especial atención, los que le atañen a las anécdotas del corazón de una vecinita, Silvia, una psicóloga argentina también exiliada, aunque primero en México y con un hijo de diecinueve, que ocupa un departamento arriba del de Luci y que ha hecho buenas migas afectivas con su vecina, haciéndola confidente regular de sus desencuentros amorosos.
 
Las ancianas son un modelo de ese tipo de seres humanos que mantienen en alto, a pesar de los años, esa pulsión vital que desafía hasta la última respiración la cercanía de la nada. Extraídas con seguridad de la larga colección de mujeres y criaturas que el gran escritor de General Villegas, fallecido en Cuernavaca, México, en 1990, rescató de su experiencia autobiográfica para nutrir su valioso universo literario, ambas mujeres transcurren gran parte de sus días recordando –como es propio de esa edad- los episodios personales tanto del presente como del pasado con sus familias, en particular los de sus vínculos con los hijos. Evocan los dolorosos avatares a que los ha sometido la inestabilidad, tanto política como económica, de un país como la Argentina, en especial a Luci y su hijo. Nidia no puede olvidar tampoco la tristeza que le ha provocado la muerte de Emilsen. De algún modo, el mismo Puig fue víctima de esos avatares cuando en 1973 debió exiliarse del país debido a las amenazas que había recibido luego de publicar The Buenos Aires Affair.
       
A Nidia y a Luci les encanta hablar de todo, incluso pelearse suavemente con sus  diferencias sobre algunos temas, pero siempre están juntas y se apoyan en todo momento. Y sobre todo, siguen muy de cerca las peripecias amorosas de la joven Silvia, que sufre distintos desencantos con sus parejas, sean argentinos, mexicanos o brasileros. Y se entretienen mucho con los chismes que logran sacarle a la joven y que Nidia le reclama de modo imperioso a Luci, que desarrolla una relación más estrecha con ella, que se los actualice una y otra vez. Esa existencia, tan llena de observaciones amorosas y graciosas por parte del autor, va discurriendo sin grandes trastornos hasta el día en que Luci, convocada por su hijo Ñato, que ha viajado a Lucerna, Suiza, con el propósito de aceptar un trabajo allí, debe dejar la casa y viajar a Europa con la fuerte promesa a su hermana de que volverá en pocas semanas. La espera y resolución de esa situación ocupará el resto de la obra.  Puig se distinguió en su producción literaria tanto por su afición a la novela como al teatro. Para esta última disciplina escribió Triste golondrina macho, Bajo un manto de estrellas, Misterio del ramo de rosas y El beso de la mujer araña, que fue llevada al cine y tuvo amplia difusión por el mundo. Y fue autor de comedias y de múltiples guiones cinematográficos. 
        
Cae la noche tropical es en origen una novela, pero totalmente dialogada, lo que, en principio, parecería que favorece bastante su vuelco al teatro. Como ocurre en toda su literatura, Puig expone una vez más aquí su maestría para el diálogo coloquial de esas mujeres, de quienes capta a cada momento, casi en un efecto mimético, los giros y clisés propios de su lenguaje. Eso, además de producir un efecto de fuerte realismo, permite revelar el mundo profundo de esas almas que habitan el tramo final y desolado de sus vidas aferrándose a sus afectos y sobre todo a sus recuerdos. En distintos pasajes de la novela, ellas evocan con insistencia películas que las han marcado como Cumbres borrascosas, a las hermanas Bronte, a Vivien Leigh en El puente de Waterloo. Y en medio de esos viajes hacia el pasado, bucean, con esa curiosidad típica e insaciable de las chismosas, en la vida de su vecina, sometiéndola a toda clase de enjuiciamientos propios de sus prejuicios. Todo esto conforma un retrato de ellas muy humano, tierno y de fino humor, en el claro contexto de unas vidas que marchan hacia su triste e ineluctable epílogo, el mismo que más tarde o más temprano nos toca a todos, pero entre las sedas de una entrega afectiva tibia que las acaricia como un sol que declina.
      
Es claro, para quien ha leído la novela, que la versión del dramaturgo Santiago Loza y el director del espectáculo Pablo Messiez ha acortado el material sustrayéndole varias páginas al original, pero tratando de mantener la fidelidad en el lenguaje de Puig y las características y modismos con que se expresan sus personajes. Así y todo, la obra se torna por momentos extensa y cargada de detalles a veces un poco innecesarios para una teatralidad más fluida, sobre todo en los pasajes relacionados con los primeros capítulos del libro y no en los últimos, en los que van apareciendo las tensiones más dramáticas del texto. Todo, con el evidente propósito de no traicionar el espíritu poético de Puig, que es tan singularmente atractivo. De todos modos, y como contrapeso a ese problema, la adaptación contó con un arma de demoledora eficacia para contrarrestarlo: la poderosa capacidad interpretativa de las actrices Leonor Manso e Ingrid Pelicori –dos colosos femeninos de la escena argentina-, que componen a dos criaturas deliciosas e inolvidables. Frente a tal derroche de talento, el tiempo no pesa jamás. Hay que señalar que también Fernanda Orazi, como la psicóloga Silvia, aborda el papel que le ha tocado con muy buenas armas, sin bajar nunca el nivel de lo que se ve. La escenografía de Mariana Tirantte, un patio interior del departamento en planta baja de Luci lleno de plantas tropicales, con un primer piso que está encima y que pertenece al inmueble de la psicóloga, es impecable. Y luce siempre valorizada por la iluminación de Gonzalo Córdoba. La música de Carmen Baliero siempre en atmósfera con lo que ocurre en escena.
                                                                                                                         

                                                                                                                              Alberto Catena

 

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