Crítica de teatro: El Crédito



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El crédito. De Jordi Galcerán. Dirección: Daniel Veronese. Elenco: Jorge Marrale y Jorge Suárez. Diseño de escenografía: Alberto Negrín. Diseño de iluminación: Marcelo Cuervo. Diseño de iluminación: Marcelo Cuervo. Teatro El Picadero.

Se viene discutiendo en el medio artístico –lo han expresado incluso aquí, en la Revista Cabal, no pocos artistas del espectáculo- si es necesario que los productores elijan todo el tiempo en Buenos Aires obras que suelen ser éxitos en ciudades estadounidenses o europeas, pero que son de escasa calidad y podrían ser reemplazadas por textos de autores argentinos a menudo mucho más afortunados. Es difícil saber a qué se debe esa elección porque no pocas veces esas obras, aún siendo sostenidas por elencos sólidos, no tienen la repercusión esperada. Hay casos puntuales que se podrían citar. Otras veces, a pesar de su baja factura, pero por el brillo de sus estrellas, las obras se imponen y duran largo tiempo en cartelera. En definitiva: nadie tiene la varita mágica para saber qué obra se impondrá, pero parecería que los empresarios confían mucho más en lo que ha sido un impacto fuerte en el extranjero que arriesgar con un autor nacional. Es como si los dejara más tranquilos esa elección.

     Con El crédito pasa algo de todo esto. Es, hay que decirlo de entrada, una obra floja, excesivamente estirada en base a distintos recursos dialécticos e imaginativos, pero que carece de una aceptable consistencia dramática. Hemos visto o leído otras cosas más sustanciosas de Jordi Galcerán. La obra se inicia prometedora. Un señor asiste a un banco y le solicita a su gerente un crédito que necesita con urgencia. Cualquier que haya leído las noticias de los últimos años conoce la debacle que produjo el negocio de la burbuja inmobiliaria en España. Hoy, en ese país, en plena crisis, nadie presta un peso, en especial si no se tiene avales o respaldos patrimoniales. Esto es lo que le ocurre al señor que pide el préstamo que, al no tener ninguna garantía, es despachado de inmediato por el gerente. Ante esa negativa, el hombre no se le ocurre nada mejor que extorsionar al reticente ejecutivo bancario diciéndole que si no le dan el crédito seducirá a su mujer. Es este es punto de partida de una serie de vicisitudes que concluyen en un final que se ve venir pero con una sorpresa respecto a quien será el beneficiario del raro entuerto en que deriva este pedido de asistencia financiera.
     Como decimos, Galcerán alarga demasiado la resolución, intenta sacarle al material más jugo del que tiene y por momentos tanta locuacidad y vueltas de tuerca en busca de sostener el interés fatigan. Lo que ocurre, como contrapartida de esto, es que el texto está sostenido por dos verdaderos “monstruos” de la escena como son Jorge Marrale y Jorge Suárez, capaces de transformar en diamantes a dos pedazos de piedra pómez. Cada una de los giros de la obra encuentra en ellos siempre recursos precisos, graciosos, y de un gran histrionismo y exactitud en el uso de los tiempos o la gesticulación. Esas bondades permiten que el público se divierta olvidando un poco que detrás de todo ese brillo no hay sin embargo un libro que, más allá de la legítima intención de entretener, haga también pensar un poco. 

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