Crítica de teatro: El farmer



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El farmer. Adaptación de la novela de Andrés Rivera, realizada por Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna. Dirección: Pompeyo Audivert, Rodrigo de la Serna, Andrés Mangone. Elenco: Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna. Música original en escena: Claudio Peña. Iluminación: Leandra Rodríguez. Vestuario: Julio Suárez. Escenografía: Alicia Leloutre. Teatro San Martìn, Sala Casacuberta. Duración: 85 minutos.

Uno de los grandes novelistas argentinos, Andrés Rivera, ha sido llevado al teatro en varias ocasiones, sobre todo con adaptaciones de La revolución es un sueño eterno, que gira en torno a los últimos días de vida de Juan Castelli, el orador de la revolución, aquejado por un cáncer terminal en la lengua. Ahora se adaptó El farmer, que trata de los últimos años de Juan Manuel de Rosas en el exilio. La novela, una de las más festejadas de Rivera, es un largo monólogo en que el ex caudillo bonaerense desprotica contra su vejez solitaria en su exilio de Southampton y de algún modo polemiza, entre la admiración y el resentimiento con Sarmiento.
      La novela tiene una prosa vigorosa, muy cargada de intensidad dramática, y el retrato se levanta como una dolorosa meditación acerca de la vejez como sepulcro expectante de todas las glorias, de todos los fulgores. En la adaptación, la pieza desdobla al Rosas en dos personajes: el viejo que es interpretado por Pompeyo Audivert y el Rosas joven a cargo de Rodrigo de la Serna, que también encarna a algún otro personaje que dialoga con el añoso habitante de aquella localidad británica. Bajo este juego de espejos, se alude a la figura del “doble mítico”, que es, en realidad, la forma en que se conforma la disputa histórica de las rivalidades binarias en la Argentina, nunca bien resueltas ni sintetizadas.
      Ese es un aspecto interesante porque pone sobre el tapate ese aspecto siempre apasionante de nuestra identidad, que subyace en el inconsciente colectivo, al cual la obra de Rivera interpela con su novela y el espectáculo también. Más allá de ese rasgo interesante, no parecería que la densidad de la prosa riveriana convenga a la buena dinámica teatral. El transcurso de la obra se hace demasiado lento y aunque la escritura sea bella llegado cierto punto no deja de fatigar. De las dos actuaciones, solo la de Pompeyo Audivert logra cierto interés e intensidad, sobre todo desde la mitad de la pieza en adelante, aunque haya que señalar que la composición de este actor enfatiza demasiado en lo añoso del personaje, en apariencia sin mucha necesidad. En cuanto a  Rodrigo de la Serna, intenta armar un personaje de carácter pero falla porque lo grita por momentos mucho y le inventa un caminar demasiado artificioso. La escenografía es sí interesante y la partitura musical muy disfrutable.

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