Crítica de teatro: Franz & Albert



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Franz & Albert. Autor: Mario Diament. Dirección y puesta en escena: Daniel Marcove. Intérpretes: Miguel Sorrentino y Julián Marcove. Escenografía e iluminación: Tito Egurza. Música original: Sergio Vainikoff. Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948. Sábados: 22,30 horas. Domingos: 20,30 horas.

      Que los encuentros amorosos o casuales entre grandes personalidades suelen ser un material fascinante para el teatro es un dato fácilmente comprobable y que ha generado en los últimos años textos de muy buena factura. Sin ir muy lejos, el autor de esta obra que comentamos, Mario Diament, es quien escribió El informe sobre la banalidad del mal, un recordado texto en el que imagina algunas situaciones vinculadas con la relación amorosa que mantuvieron la pensadora Hanna Arendt y el filósofo Martín Heidegger. Y luego de tener una enorme repercusión con Tierra del fuego, estrenó ahora Franz & Albert, que ficcionaliza un encuentro que tuvieron el escritor Franza Kafka y el físico Albert Einstein. Ese contacto se produjo realmente en Praga en abril de 1911, pero no hay testimonio de lo que ambos hablaron. Einstein había viajado a esa ciudad para hacerse cargo de la cátedra de física teórica en la Universidad Alemana. Tenía 32 años. Se vieron en el salón literario de Berta Fanta. ¿Qué se dijeron, de qué conversaron? Sobre eso se despliega la fantasía del autor.  

      Se suele pensar que los grandes pensadores hablan de temas siempre interesantes. Sobre todo si no mantienen una relación demasiado cotidiana que volvería imposible tratar todos los días sesudamente los grandes interrogantes de la vida. Pero Kafka y Einstein se veían por primera vez, de modo que no es posible que conversaran sobre sus obsesiones.  Y Diament, que es un hábil constructor de diálogos, hace hablar a Einstein de la teoría de la relatividad, que había publicado hace seis años, y a Kafka de sus obsesiones literarias, que se parecen en la escena conjeturada bastante a las que cuenta de su vida. En esta línea, y a diferencia de las últimas piezas del autor, el diálogo se torna muy discursivo, se preocupa más por tratar de explicar con claridad lo que cada uno intenta hacer con sus trabajo más que ahondar en las contradicciones de sus espíritus, que es lo que siempre hace crecer la sustancia teatral. Y aunque por momentos estas surjan, están sometidas al primer desafío que es casi pedagógico. Y así el texto resulta como una ilustración de lo que ya más o menos se sabe de la existencia de esos seres y no aporta ningún ángulo novedoso o sugestivo. Y torna algo extensa la pieza.

     Por otra parte, muchos pasajes de este encuentro carecen de conflictos reales que tornen más atractivo el desarrollo de lo que ocurre, reduciéndose a un intercambio amable entre sus diferentes visiones del mundo. Kafka está acosado por las injusticias del mundo y sufre pesadillas de toda clase, como por ejemplo la de volverse un insecto.  Su mirada sobre el futuro es pesimista. Einstein se siente igualmente inquieto por las inequidades de la tierra pero con una expectativa más optimista acerca del porvenir. Algunas breves cortes en el texto hubieran podido hacer más fluida la marcha de la fábula, pero la dirección y puesta de Daniel Marcove, que dirigió muy bien Tierra del Fuego, no acierta en esta oportunidad. Algunas situaciones que son de su directa responsabilidad deberían haberse evitado: por ejemplo ese final ya muy convencional y reiterado de las figuras principales bailando o la escena donde Kafka dice que no toma porque la bebida le causa risa y al segundo de mojarse los labios con alcohol empieza a reírse de todo.

    Los jóvenes actores Miguel Sorrentino y Julián Marcove dan bien el tipo físico de los personajes, aunque el primero se aproxima mejor a su caracterización. El otro está como muy preocupado en componer como el estereotipo de un hombre con panza que camina con el cuerpo un poco hacia atrás y eso le quita naturalidad. La escenografía de Tito Egurza es muy bella y sugestiva la música de Vainicoff, fuera de los pasajes en que se escucha a Mozart.                                                     

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