Crítica de teatro: La leyenda del poeta



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La leyenda del poeta. De Miguel Angel Diani. Elenco: Gabriel Nicola y Pablo Oubiña. Arte y escenografía: Beatriz Bekerman. Diseño lumínico: Miguel Solowej. Música original: Luis Sticco. Teatro del Pueblo. 

       Los seres acosados por la soledad no tienen a veces más compañía que la memoria del pasado, un depósito de la mente donde guardamos hechos trascendentes de nuestras vidas y olvidamos o difuminamos otros que nos causaron mucho dolor. Esto último cuando ello es posible, porque no hay mecanismos voluntarios que permitan borrar del todo lo que se vivió, como lo prueban incluso los propios sueños cuyas figuraciones nos revelan fantasmas que creíamos no estaban más en nosotros o se habían evaporado de nuestros recuerdos. Ledesma y Ribolini, dos personajes solitarios, que se encuentran en la estación de un tren espectral –una suerte de tren-memoria sin horario ni destino fijo que propone un viaje libre y arbitrario-, rememoran a cada rato aspectos de su vida, aquello que los angustia o exalta. No hay hilos demasiados programados en su asociación, van de un tema al otro, analizando lo que les ocurre o condenando a quienes los torturan, uno a la mujer que lo dejó –vaya a saber cuándo-, otro a la madre tiránica y devoradora. En esta suerte de travesía sin rumbo predeterminado, ambos van revelando, a la manera de dos clowns que se aproximan bastante al Vladimir y al Estragón de Esperando a Godot, la lucha denodada que el existir propone contra esa nada que es la desmemoria, la muerte. Y en esa lucha, tanto Ledesma como Ribolini saben que tienen como aliado fundamental tanto a la poesía como al humor.

      Pieza con momentos de diálogo muy felices y una puesta virada levemente al absurdo, tal vez por aquel espíritu algo beckettiano que evoca su atmósfera, La leyenda del poeta es una grata sorpresa teatral, Miguel Angel Diani, actual presidente de Argentores y autor al que el público conoce mucho más por su larga trayectoria en televisión que por sus aportes a la escena. La puesta de Marcelo Mangone saca partido al texto y trabaja con mucho acierto en la composición humana de los dos personajes, que terminan haciéndose entrañables y figuras con cuyo viaje renovado e interminable, al modo del mito de Sísifo, uno se solidariza porque también ha pasado por algunos de sus reconocibles recorridos. Otro acierto es la escenografía, que le da mucho clima a la puesta, del mismo modo que la iluminación y la música.

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