Crítica de teatro: Los corderos



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Los corderos. Libro y dirección de Daniel Veronese. Elenco: Flor Dyszel, María Onetto, Gonzalo Urtizberea, Diego Velázquez y Luis Ziembrowski. Iluminación: Sebastián Blutrach. Vestuario: Valeria Cooky. Escenografía: Franco Battista. Asistencia de Dirección: Gonzalo Martínez. Sala Luis Vehil del Teatro Cervantes. Viernes y sábados.

Recién llegada del Festival Internacional de Teatro de Sibiu, Rumania, donde logró gran repercusión, la nueva versión de Los corderos, obra de Daniel Veronese, se estrenó ahora en el Teatro Cervantes con un elenco magistral. Publicado ya en 1997, en un libro impreso por la  Universidad de Buenos Aires que incorporaba varios títulos y tenía como nombre común el de Cuerpo de prueba, el texto de Los corderos ha sido ha sido definido por el propio autor como una obra de “costumbrismo perverso, en un realismo sin magia, terrenal, sucio.” Definición atinada si se la asocia al género del absurdo, del cual Veronese saca amplio partido si bien no en su forma más tradicional pero si en la insistencia de ocultar hasta límites que son realmente inverosímiles algunos datos de la historia.

     La obra sigue teniendo cinco personajes como la original, si bien los nombres están ahora cambiados. En una casa de familia  formada por un matrimonio (el de Tono y Elsa) y una hija, es depositado abruptamente un hombre atado y con los ojos vendados. Cuando se lo descubre, se comprueba que no es un desconocido, es alguien que ha mantenido hace 20 años una relación con la mujer y que puede ser el padre de esa hija que, en apariencia, pertenece a Tono. Nada está bien en este matrimonio actual de Tono y Elsa, pero él se niega a reconocerlo y ella se columpia entre su cansancio y cierta tendencia a dejar las cosas como están. En el medio hay un vecino algo pervertido que se la pasa todo el tiempo refregándole su sexo a los presentes.

     Todo el juego teatral que hace Veronese, que ha modificado algunos pasajes del viejo libro, apuesta a mantener la situación velada, sin que los personajes revelen qué pasa. Hay un secreto celosamente guardado que sostiene la frágil continuidad de esa familia y en una absurda retahíla de piruetas verbales, desvíos en la conversación, elusiones abiertas y otros trucos y trampas  siempre se elude el núcleo central de lo que pasa. Maestro de la elusión como forma de no asumir la conciencia de la realidad, Veronese traza una ácida descripción –exagerada como decimos hasta el absurdo- del ocultamiento que la clase media hace de sus miserias, de sus miedos, y que la introducen en la continua mentira. Procedimiento que lleva una y otra vez a la exasperación y la violencia como forma de código de convivencia común. Estupendo  texto, interpretado por un quinteto de exquisitos virtuosos de la actuación, Los corderos es una cita con el teatro que nadie que realmente guste de él se puede perder. Es una extraordinaria demostración, además, de cómo en plena madurez como artista el director potencia al máximo todas las posibilidades del texto y de los actores mediante la aplicación rigurosa del estilo que ha consolidado en su experiencia a lo largo de los años en el escenario.

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