Crítica de teatro: Nerium Park



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Nerium Park. De Josep María Miró. Dirección: Corina Fiorillo. Diseño de luces: Ricardo Sica. Adaptación de escenografía y vestuario: Gonzalo Córdoba Estevez. Realización escenográfica: Alberto Chuquichaico. Actores: Paula Ransenberg y Claudio Tolcachir. Teatro Timbre 4, México 3554.

 

Del autor catalán Josep María Miró habíamos visto en Buenos Aires El principio de Arquímedes, una obra que tuvo una buena acogida tanto por su valor como texto como por su realización escénica. Con Nerium Park esa primera impresión se consolida de manera rotunda. Suerte de thriller entre lo psicológico y lo social, la pieza de este dramaturgo se desarrolla durante casi una hora y media en  la que solo dos actores deben ir sosteniendo las oscilaciones de la trama, que se inicia en la confortable secuencia de una pareja que accede con alegría a un nuevo departamento en las afueras de la ciudad y avanza luego hacia situaciones cada vez más intensas que tienen como corolario un desenlace estremecedor. El hilo de toda esa metamorfosis es la palabra que, encarnada en esta ocasión en los cuerpos de dos actores muy aptos, y la guía de una directora fina e inteligente que saca el máximo partido de ellos, consigue provocar, como siempre que es utilizada con talento, esa sorprendente travesía por mundos inesperados e inquietantes que es la esencia del mejor teatro.

     Nacho y Victoria, los dos protagonistas de esta historia, constituyen un matrimonio que ya anda por los nueve años de vida. A esa altura de su relación deciden irse a vivir a una torre de departamentos alejada de la metrópoli. Desean un hábitat más tranquilo y sano para sus existencias. Todo parece que irá de perlas, pero nadie vive en esta tierra en una burbuja de jabón y los hechos del exterior influyen en la situación de las personas sin pedirles permiso. Y esa torre, que se pensó como un lugar ideal, pero vinculado al entorno de otras personas, está prácticamente desierto. La crisis inmobiliaria luego de la famosa burbuja financiera ha llevado a que nadie compre otras unidades. Nacho y Victoria, en especial ella, se sienten solos. Y cuando uno está solo no es extraño que aparezcan los fantasmas, las amenazas imaginarias o reales.

     Para colmo de males, Nacho pierde su trabajo. Cuando menos lo sospecha es declarado imprescindible, en un momento de grave desocupación en su país. Las palabras crisis, desocupación o el descalabro inmobiliario, no son mencionadas ni una sola vez en el texto, pero están siempre presente. El dramaturgo catalán no necesita convocarlas, confía en que el espectador, otro ciudadano más como él, está informado del contexto de su país y no necesita que nadie se lo subraye. Va al teatro a escuchar una historia que le contarán y que acaso le resulte familiar, pero enhebrada de una manera que lo introducirá en un espacio que no había imaginado, intranquilizador, desasosegante. El traslado de la obra a nuestra ciudad cuenta a su favor con la participación de un público entrenado por la actual coyuntura política y social que atravesamos con parámetros de comprensión tan claros como los que se tienen en España.

   De este modo, la relación de la pareja se va deteriorando cada vez más, en gran parte debido a interferencia de un personaje al que se alude una y otra vez pero nunca aparece, pero cuya importancia en el crecimiento de la tensión dramática es fundamental, al punto que si ella cree cerca del final que ese individuo no existe, que es fruto de la fantasía de su marido, en el epílogo comprobará con desolada perplejidad que se ha equivocado, aunque ya es demasiado tarde para reparar ese error. La pieza está montada sobre un ámbito amplio y con pocos objetos o muebles, que los actores usan con toda libertad y cambian de lugar o función según las necesidades escénicas, igual que cuando anuncian cada tanto el mes en el que están (los hechos de la obra transcurren durante un año). Porque la verosimilitud no se deposita sobre los objetos o elementos –y de ese modo un almohadón puede representar un embarazo o el agua la sangre-, sino sobre las emociones y sentimientos de los actores, que en ese sentido realizan una verdadera prueba de entrega interpretativa, en especial Paula Ransemberg, cuya   composición es superlativa en intensidad dramática y poder comunicativo. Claudio Tolcachir, que vuelve a un escenario después de ocho años sin actuar en teatro (si lo hizo en televisión o cine), también se luce. Es un actor dúctil, capaz de transmitir mucha naturalidad en sus trabajos y transitar con veracidad distintos estados emocionales, aunque en determinados pasajes su acercamiento al personaje peca de cierta exterioridad. En cuanto a Corina Fiorillo ratifica que es una de las más completas directoras argentinas de la actualidad, desborda sensibilidad en el tratamiento de los textos, mucha inteligencia en la marcación de la labor actoral y un enorme cuidado por el diseño del fenómeno escénico.
                                                                                                                                         A.C. 
 

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