Crítica de teatro: Vigilia en la noche



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Vigilia de noche. De Lars Norén, en versión y dirección de Daniel Veronese. Elenco: Pilar Gamboa, Walter Jakob, Luis Machin y Mara Bestelli. Iluminación: Juan Ramos. Vestuario: Laura Singh. Escenografía: Franco Battista. Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Corrientes 1350. Duración 100 minutos.

Desde August Strindberg en adelante, pero con una especial detención en el cine de Ingmar Bergman, el teatro y el cine de Suecia han venido demostrando desde hace ya varias décadas los complicadas y tortuosas que suelen ser las relaciones familiares y personales en el mundo, pero sin duda y más allá de su universalidad, con particular énfasis en su propio país. Lars Norén, nacido en 1944, aunque es en lo esencial un autor y director teatral, bien podría ser considerado heredero de esos dos legados, que él se ha encargado de llevar hasta límites de inesperada exposición y crudeza.  Muy conocido fuera de su país desde los años ochenta por obras suyas como La noche es la madre del día y El caos es vecino de Dios, sus piezas teatrales ahondan sin anestesia en las duras frustraciones que desgarran las relaciones afectivas, como un líquido corrosivo podría hacerlo con la piel.

     En Vigilia de noche, los protagonistas son dos hermanos (John y Alan) que se han mantenido a lo largo de sus últimos años viviendo uno lejos del otro y sin mantener comunicación. El día del entierro de su madre, ambos se encuentran, junto a sus mujeres, en la casa de uno de ellos. El último recuerdo que tienen de haberse reunido fue en la inhumación de los restos del padre. John, el dueño de casa, está, antes de llegar el hermano y la esposa (Mónica), discutiendo con su propia cónyuge (Charlotte). Enfrentan un momento de crisis en la pareja y, entre uno que otro interludio erótico, discuten en tono subido hasta que llegan los visitantes, que han sido invitados a dormir para que no tengan que viajar mucho ese día.

     De allí en adelante lo que se produce entre los cuatro es una suerte de carnicería emocional en la que, en forma alternativa, cada uno de ellos se enfrenta o se alía a otro de los presentes para despellejarse. Los trapos al sol, las infidelidades, los viejos rencores y cuentas pendientes que cada hermano tiene con el otro, de ellos con sus mujeres e incluso las que las mismas mujeres tienen entre ellas, se van sucediendo en forma vertiginosa y llegan a pasajes de alta exasperación y agresividad verbal. Todo parece, a cada segundo, en un punto de ebullición que hace temer la violencia física, que nunca llega por completo, pero donde la devastación que dejan las palabras y las revelaciones son terroríficas, queman más que el agua hierviendo.

     Dueño de un virtuoso manejo del diálogo, Norén ha escrito un texto que en posesión de cuatro buenos actores puede dar un resultado excepcional. Y eso sucede, no solo porque Daniel Veronese, además de un director sagaz, sabe elegir muy bien a sus intérpretes. Los cuatro, en sus distintas secuencias, logran redondear trabajos muy satisfactorios, aunque tanto Luis Machín como Pilar Gamboa van un poco más allá de ese nivel y logran detalles de una ductilidad dramática realmente asombrosos. La escenografía y la iluminación crean el ambiente exacto para que todas estas virtudes tengan el espacio propicio para desplegarse.

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