Demanda contra el olvido

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Las dramaturgas y actrices Susana Hornos y Zaida Rico cuentan cómo se originó y de qué trata su espectáculo Granos de uva en el paladar, que se ve todos los jueves de febrero y marzo en el Centro Cultural de la Cooperación.

Cuando las sociedades se precipitan en el olvido, la memoria habla a través de sus artistas. O de aquellos que no consienten la amnesia, como son los familiares de desaparecidos que reclaman justicia para sus muertos y quienes los acompañan con su solidaridad en el burdo proceso contra el juez Baltazar Garzón que se realiza por estos días en España. En la Argentina, entre las múltiples voces que condenan los crímenes del franquismo, desde el lado del teatro hay un espectáculo que, en los ardientes códigos de la palabra poética, nos convoca a ver que sucedió en ese período infame por aquellas tierras, tan bendecidas por el lírico talento de algunos de sus hijos como arrasada por la brutalidad de otros.
La obra se llama Granos de uva en el paladar y pertenece a las escritoras y actrices españolas Susana Hornos y Zaida Rico, quienes están también a cargo de su dirección. Se vio por primera vez, y en función exclusiva, el jueves 2 de febrero en el Centro Cultural de la Cooperación ante un emocionado público formado por integrantes de distintas organizaciones de derechos humanos, parientes de las integrantes del elenco que viajaron desde España para estar presentes en el acontecimiento, amigos e invitados especiales. El hecho fue potente en lo simbólico porque, más allá de las virtudes del espectáculo, tuvo lugar a pocas horas de conocerse algunos estremecedores testimonios de parientes de las víctimas de la represión franquista ante la Sala de Audiencias del Tribunal Supremo de Madrid.
Susana Hornos, Zaida Rico y las seis actrices forman parte de la asociación "Actores Españoles en Buenos Aires (AEBA), constituido hace algunos años y que viene trabajando en el país con bastante asiduidad. Son artistas que han llegado al país en distintas épocas, la mayoría entre 25 y 35 años de edad, por un motivo coincidente: el hechizo que les produjo el teatro argentino que vieron en España. Una vez acá decidieron juntarse y trabajar en distintas obras. Hicieron dos ciclos de seis meses cada uno, en dos años, con piezas semimontadas en Centro Cultural de España y luego hubo un Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, representado en el Patronato de la Infancia. También trabajaron en una versión de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, que se estrenó en el Teatro Margarita Xirgu, y se mostró en gira por varias ciudades del país. Ahora se ha agregado al grupo una asistente francesa y los técnicos son todos hombres y argentinos.

   
La que más años de residencia ostenta en el país es Susana Hornos, que llegó a Buenos Aires en 1999. Conoció al año siguiente a Federico Luppi y se casó con él y desde entonces van y vienen entre Argentina y España atendiendo sus obligaciones profesionales. Susana, nacida en Fuenmayor, un pueblito cercano a Logroño, La Rioja, escribe con regularidad además de actuar. El año pasado lo hizo para un programa del Seminario Permanente de Investigación Agraria (SEPIA) sobre  bibliotecas populares y ya le han encargado algunos capítulos para ficciones en televisión. A la escritura y la actuación ha añadido ahora, después de alguna otra experiencia anterior, el desafío de dirigir. Zaida Rico llegó a esta ciudad en 2007. Y lleva ya casi dos años de matrimonio con un argentino, por lo que su perspectiva de seguir trabajando en el país es mucha. Nació en Altea, una localidad sobre el Meditarráneo, que no es una isla pero es como si lo fuera porque está aislada, dice Zaida. Le parece que la multiplicación de roles en el teatro es un signo potente de la época y muy enriquecedor, por eso ha intentado esta experiencia dramatúrgica junto con Susana y se ha animado a dirigir.
Granos de uva en el paladar, nombre tomado de la canción “Cuando yo me muera”, originaria de Navarra, en el país vasco, es una adaptación al teatro de tres hermosos cuentos de Susana Hornos: Chusa (es el apócope del nombre María Jesús), Adelina y La uva en el paladar, que reflejan un largo período de España –desde 1932, cuatro años antes de que estallara la guerra civil, hasta 2012-, resumido en tres historias portadoras de suficiente poder simbólico como para emblematizar las marcas vitales y sufrimientos de ese tiempo: 1) la del  matrimonio de una joven, María Jesús Cueto de la Isla, Chusa, sometida a un marido desconsiderado, como era típico en la época, quien la abandona por otra mujer y luego se convierte en el teniente Francisco Lagos de la Fuente, miembro del Ejército franquista arrepentido por los pecados de su carne; 2) la de una astuta cocinera, Adelina, que, trabajando en una prisión donde maltratan y torturan a las mujeres detenidas, perpetra una sutil venganza contra un oficial nacionalista, el propio de la Fuente; y 3) la del regreso a la vida de un antiguo desaparecido, Miguel del Corral Pardo, quien sale de su tumba anónima y cruza la tapia que lo separa del cementerio para unirse definitivamente a sus seres queridos enterrados allí. Como los habitantes de Colama, la ciudad fantasma de Pedro Páramo, no es un resucitado sino apenas un espectro que habla y viene a cumplir un sueño individual expresivo de un sentimiento colectivo.
En el cuento original, Adelina era varón, un cocinero, pero entre Susana y Zaida decidieron hacerlo mujer, porque las conmovía mucho la temática de las mujeres en la cárceles franquistas y querían hablar de ello. “Es difícil recordar sin turbarse a todas esas mujeres a las que el franquismo torturó y arrancó sus hijos -reflexiona Susana-. Las que salieron con vida de las prisiones pasaron el resto de sus existencias sin recibir siquiera una palabra de disculpa de parte de los culpables y se murieron soportando día a día el dolor de no saber donde estaban sus descendientes. Y las pocas que aun viven tienen entre ochenta y noventa años y ya no esperan nada porque no hay señales en la sociedad de que se produzca una revisión del pasado, como lo prueba el miserable juicio a Garzón. Queríamos homenajear a esas mujeres que fueron víctimas especiales, tal vez por ser las más débiles junto a sus hijos, del sadismo de la guerra y la dictadura. También lo fueron porque representaban, como todas las madres del mundo, la garantía de continuidad de lo que sus verdugos odiaban con toda el alma.”

 

El origen de los relatos

 

 

Susana Hornos comenta que sus cuentos fueron inspirados por dos vertientes muy claras. “La primera, el rechazo que nos producía a distintos integrantes de mi generación y de la que nos precedió ese silencio a que nos obligaban, ese intento de gran parte de la sociedad de tapar todo lo que había ocurrido –afirma-. Frente a ese cerco represivo nació en mí y en varios de mis amigos y compañeros una energía que nos llevaba a pensar continuamente en cómo salir de ese encierro. No quería que me cubrieran más con ese velo hipócrita y mixtificador, quería saber más de lo que había pasado. Y así me puse a averiguar cómo habían sido las cosas. La otra vertiente era mi abuela Cretencia, a la que le habían fusilado y enterrado en una fosa común a un hermano de 19 años, Boni. Ella siempre me hablaba de él. Y un día me pregunté, ahora que ella estaba muerta y sin ser yo creyente, qué pasaría si un día se juntara con su hermano en algún lugar para remediar lo que la vida les negó. Ahí estuvo la semilla de uno de los cuentos.”
De algún modo, y siendo un personaje que representa a todos los muertos sin sepultura habidos en esa y otras guerras, el Miguel de la obra se nutrió de esa fantasía. “¿Por qué no me llevó con usted? ¿Por qué no estamos juntos madre?”, pregunta Miguel, cuya figura es recordada en las lápidas de sus hermanas Milagros, Carmen y Felisa. En la de la primera  hay una inscripción que dice: “Milagros del Corral Pardo 1922-l998. Que nunca volvió a su hermano Miguel y que Dios lo tenga en la gloria.” Y en la de Carmen (1920-2000): “Vuelvo a acariciar las manos de mi hermano Miguel, asesinado por el odio y la confusión de la España vieja y tahur”. Vieja y tahur, como definía Antonio Machado a la España conservadora, represiva y pacata.
Respecto de la puesta en escena, Zaida puntualiza: “Es un montaje muy despojado, de una gran austeridad. Trabajamos tratando de encontrar nuestro propio lenguaje, y creo que ha salido algo muy teatral, donde el juego de la actuación de las seis actrices, que en total interpretan a quince personajes, produce una marca expresiva muy fuerte. Cada una de las chicas hace tres o cuatro personajes, de pronto un hombre, enseguida una vieja, después una joven y así de seguido. Nuestra idea es que el público ingrese en este juego y acepte los códigos que le proponemos: que un hombre pueda ser una mujer o que, con un simple cambio de pañuelo, un personaje pase a ser otro. El ropaje es neutro y son los pequeños detalles o cambios, más la actitud física de las actrices y su poder expresivo, los que van dando las pautas de quienes son en cada momento. Es un desafío que nos gustó mucho. Todo eso ayudado por el aporte de un cuidadoso diseño del movimiento espacial y un uso significativo de las luces y los sonidos para contribuir a que el espectador pueda completar su propia imagen de la historia. Porque, además,  nosotros estamos contando algo que ocurrió en España, pero ésta es una historia que podría estar ocurriendo, y de hecho ocurre, en muchos otros lugares del mundo. Y ese espacio despojado puede sugerir muchos otros infiernos.”

 

No sin emoción, Susana hace un reconocimiento muy especial al trabajo de las actrices. Dice: “fue un año muy intenso para ellas, porque descubrieron una España que desconocían, tuvieron que meterse de golpe en la piel de esas presas, en la opresión de mujeres como Chusa, en ese clima sombrío de la represión. Para una mujer de hoy es impensable que hace unas décadas una esposa debiera pedir permiso al marido para viajar diez kilómetros. Pero era así. Por mis abuelos y por mis padres, yo tenía información de aquella España que hoy se oculta, pero las demás chicas, quitando dos de ellas y Zaida y yo, no tenían idea de nada, sus familias, como muchas otras que sepultaron la memoria, nunca les contaron lo que había pasado. Y durante todo este año, y en paralelo a los ensayos, las llenamos de artículos, testimonios y libros. Y luego fueron ellas mismas las que siguieron haciendo sus investigaciones y compartiendo con las demás lo que hallaban. Para esas actrices fue un antes y un después de esta experiencia previa al estreno, que insumió doce meses de ensayo. Por otra parte, el hecho de tener que zambullirse en tantos personajes y hacer diversos ejercicios, no duros físicamente pero si muy comprometidos en lo emocional, fue un gran esfuerzo que ellas abordaron con mucha generosidad y entrega. Eso nos hace sentir a Zaida y a mí muy orgullosas.”
Muchas de las actrices que trabajan en la obra viajaron para Navidad a España y comenzaron a preguntar a sus familias pues necesitaban compartir con ellas este recorrido interno que habían hecho. Zaida también viajó, aunque no estuvo en Madrid, pero pudo comprobar el calibre de la crisis en las charlas con sus parientes. “Vi a mis padres y mis tíos, de cincuenta y pico de años, dominados por una fuerte sensación de desencanto –cuenta-. Mi padre decia: nosotros que luchamos tanto en nuestra juventud de pronto estamos otra vez aquí, con ésta pérdida y este dolor tan grandes. Y en el caso de mis amigos percibí como un estado de indefensión. Somos una generación que estudió muchísimo. Siempre nos dijeron: si estudias y haces una carrera vas a tener trabajo. Y de pronto nos la hemos pasado trabajando y estudiando y ahora no tenemos nada.”
Uno de los sueños del grupo es, por eso, mostrar la obra en España. “Sabemos que por el momento tenemos que centrarnos en la Argentina y después de los dos meses en el Centro Cultural recorrer todo lo que podamos el territorio del país, como hicimos con La casa de Bernarda Alba”, señala Susana. Y complementa Zaida: “Ahora la energía tiene que desplegarse acá. Pero nos encantaría hacer una gira por los teatros españoles de las provincias. Sería como cerrar un círculo y lo sentimos necesario para nosotras. Todo lo que está ocurriendo, lo de Garzón y lo demás, nos ha hecho pensar que es bueno que se represente aquí, pero también en España.” Susana hace a la vez un cierre de la charla: “Yo, si bien lucho por el cambio, pienso que el momento crucial para hacerlo fue durante la transición. Ese fue el instante con mayúscula. Pero, hay que seguir peleando, porque la vida no se concibe sin transformaciones. Los que nos han dañado y siguen haciéndolo no tienen intención de detenerse. Frente a ellos, solo tenemos nuestra indignación. Y, cuando más indignados seamos, más cerca estaremos de que las cosas se modifiquen.”
Miguel Hernández decía en unos versos de El hombre acecha, refiriéndose a la libertad: “Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida.” 
Y, porque con vida, siempre hay ilusión, esperanza.

                                                                                           A.C.

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