Dignidad

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Dignidad. Autor: Ignasi Vidal. Versión Elio Marchi. Dirección: Corina Fiorillo. Intérpretes: Roberto Vallejos y Gustavo Pardi. Diseño de escenografía y vestuario: Gonzalo Córdoba Estevez. Diseño de Ilumnación: Ricardo Sica. Teatro: Maipo Kabaret, de jueves a domingo.

      Ignasi Vidal es un joven artista español que dedicó gran parte de su carrera, no demasiado extensa aún, a la comedia musical, en su condición de actor, músico y cantante. Entre otros títulos famosos trabajó en Los miserables, Bella y bestia, Jesucristo Superstar, Rent y otras realizaciones. Pero, como confesó en un reciente reportaje que se le hizo en Buenos Aires, en los últimos tiempos decidió darle un giro a su profesión volcándose a la escritura de obras teatrales, a la dramaturgia. Dignidad es un producto de esa decisión. La pieza cuenta la relación de dos amigos de la infancia, Francisco y Alejandro, que se han dedicado a la política y que, en el momento en que el relato configura la acción, son dos hombres que han pasado ya los cuarenta y que están en un instante decisivo de sus existencias. El primero es el candidato al parecer cantado de su partido para intervenir en las elecciones presidenciales y el otro aspira a ocupar el segundo lugar de la fórmula. Una noche se reúnen por invitación de Francisco en su oficina a tomar un wisky y a charlar de los asuntos que los ocupan en vísperas de las internas partidarias que decidirá la definitiva fórmula presidencial.

      Todo comienza en forma afable, pero lentamente se van destapando temas que hacen más ríspida la conversación. Al principio las reconvenciones que le hace Francisco a su amigo y virtual mano derecha suya no parecen graves, pero en un clima bien marcado de thriller donde el suspenso de desarrolla poco a poco y cada una de los puntos de la trama es la escala hacia una situación cada vez más inquietante, las revelaciones van demostrando que los secretos que ha guardado y ocultado Alejandro a su amigo son muy delicadas y constituyen verdaderos actos de corrupción. Hasta acá nada nuevo si pensamos que estas operaciones, que se han vuelto tan corrientes  y “naturales” en todo el mundo bajo el manto de los negocios que ampara un capitalismo sediento de altas rentabilidades, ya han dejado de sorprender, aunque no de seguir provocando rechazo. Esa suerte de pesimismo con que hoy suele mirarse el problema está reforzado por la comprobación de que los esfuerzos por superar estos escollos, procedentes de los lugares decentes, más éticos de la política, que también existen, no han podido torcer –y habrá que ver si alguna vez lo logran- la descomunal fuerza que todavía muestran esos sectores de la rapiña, que son tanto locales como internacionales.

     Es evidente que la dirección ha acentuado mucho entre ambos personajes el conflicto relacionado con lo que significa la traición a lo que era una larga amistad, que parecía profunda y es sacrificada en el altar de ambición personal, que suele ser con frecuencia más sólido que los sentimientos y los valores. Este aspecto, habría que remarcarlo, se puede dar en el plano de la política –y se da con mucha habitualidad-, pero también en muchas otras zonas de la relación humana, por lo que el problema no es necesariamente político, sino más filosófico. Dicha circunstancia y la intensidad que tiene en el imaginario popular, en el español sin duda y también en el argentino, el tópico de la corrupción política hace que el tema de la traición a la amistad y todas las estupendas implicancias que podrían deducirse de eso, sea absorbido como un embudo por el asunto que más está en la piel y en la cabeza del espectador, que es el de los desaguisados de la política. Ubicado allí, es imposible que el espectador no haga con rapidez asociaciones con la situación que se vive en cada país y asocie determinados hechos con otros que le parecen similares a los que presenció. Esté justificado o no.

     Ignasi Vidal dice haberse inspirado lejanamente para los personajes en la figura de dos dirigentes políticos muy conocidos en España, que fueron Felipe González y Alfonso Guerra, un binomio del socialismo que jugó un papel importante en la península durante los ochenta. En el caso de Felipillo su itinerario político corresponde bastante bien al del personaje de Alejandro, sobre todo en lo que se refiere a la sujeción que él hizo de su pasado progresista al ideario de las corporaciones multinacionales, cuyos negocios representa hoy en diversos países. En cuanto a Alfonso Guerra, que hasta hace muy poco era diputado de su partido, no sabemos si tiene semejanzas a Francisco, pero, en todo caso, nunca ha tenido ni manifestado una decisión de abandonar la política definitivamente asqueado por sus trampas y suciedades, si es que alguna vez la sintió. Nos referimos, a este tema porque es evidente que el público, en este tipo de obras, tiene mucha tendencia a asociar lo que ve con hechos y personajes de la realidad. Y ello a pesar de que en esta historia, el autor afirmó además expresamente que no la refería a ningún partido político en especial, que se trataba de una ficción. Pero ya se sabe: acercarse tanto a la realidad quema y es imposible que cada espectador no haga su composición de lugar de acuerdo a sus preconcepciones.

     En Buenos Aires, el texto  fue versionado por Elio Marchi. No sabemos hasta qué punto la adaptación cambió cosas. Lo cierto es que, aunque haya sido hecho con la mejor buena voluntad del mundo para mejorar el entendimiento del público local, esta versión facilita mucho que el espectador asocie algunos hechos de ficción con hechos de la realidad argentina, por puro impulso emocional o prejuicio, lo que sea. Pero, bueno, son los riesgos que siempre corre una adaptación, sobre todo si, por su naturaleza comercial, busca captar a un público al que debe conformar. En lo demás, la pieza tiene pasajes intensos, dos buenas actuaciones de Roberto Vallejos y Gustavo Pardi, y una muy precisa dirección. Respecto de la obra, parecería que la renuncia de Francisco a la política pierde grandeza ética al ser determinada a raíz la crisis que le provoca al personaje una dolencia. Tal vez esta circunstancia esté concebida de ese modo para darle mayor verosimilitud, mayor credibilidad a su decisión al crear una amenaza que trastoca su vida más que la política y que, en tiempos normales, tal vez no hubiera tomado.

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