El elquilibrista

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El equilibrista. Texto de Patricio Abadi, Mariano Saba y Mauricio Dayub. Dirección: César Brie. Intérprete: Mauricio Dayub. Asistente de dirección: Paolo Sambrini. Diseño de vestuario y escenografía móvil: Gabriella Gerdellics. Diseño de fondo escenográfico: Graciela Galán. Diseño de iluminación: Daniel Sica. Música: Pablo Brie. Teatro Chacarerean, Nicaragua 5565, Palermo. Todos los martes a las 21 horas.

Viaje mágico a través del espacio y el tiempo, por todo lo que propone en lo imaginativo y visual, y también por lo sugiere como desafío de vida, El equilibrista es un bello espectáculo y un retorno a las fuentes más genuinas del teatro, esas que apuestan a develar los secretos y las riquezas siempre potentes que encierra cada existencia humana, ese misterio de luz con que el mundo social se autogenera minuto a minuto en el despertar a una respiración propia e intransferible y que hoy parecería que la ceguera de algunos mortales desprecian como si ellos estuvieran hechos de una materia diferente a la de todos. Este espectáculo, que nos habla de los inmigrantes, desde la sencilla pero calidoscópica gama cromática de una familia llegada a estas tierras desde Italia, es una cálida y lúcida interpelación al espectador para mirar de nuevo ese universo doloroso y a la vez preñado de potenciales vicisitudes –a veces fatales, otras felices- que es la inmigración, pero al mismo tiempo un llamado a abordar el tránsito por este viejo y castigado valle de lágrimas con un espíritu de transformación y de riesgo. De ahí su título: El equilibrista.
        
Dayub, que es el impulsor inicial de este proyecto pensado desde su experiencia personal y su fantasía de artista, ha dicho que “le gustan la ilusión, la euforia, la expectativa y la posibilidad”. Y que esos sentimientos son los que inspiraron este unipersonal. Pero que el punto de arranque de él fue una frase de su abuelo, que operó como una suerte de núcleo germinal sobre el que luego fueron floreciendo las demás ideas e imágenes: “El mundo es de quienes pierden el equilibrio.” O sea: es de quienes intentan modificar la situación en la que están y no se encierran en fórmulas inmovilizadoras, pétreas. Hay que romper los equilibrios existentes, que siempre son precarios, para llegar a otros. La vida es conflicto y cambio. Y no hay posibilidad de expandirla ni tornarla más creativa sin arriesgar. Dayub conoce bien esa verdad en su condición de artista (es director, autor y actor), pero también por su calidad de individuo preocupado por el destino de los otros, entre quienes están también sus seres queridos, sus amigos y todas esas sombras humanas que pululan por sus sueños, por el recuerdo de sus experiencias y que, luego, en la transmutación fantástica de la escritura o el escenario se convierten en personajes, en criaturas que por ese solo hechizo teatral pasarán a la memoria de otros que son sus iguales, sus hermanos históricos.
       
El personaje central y único de este espectáculo es un personaje que narra en primera persona una odisea familiar y a través de esa evocación realiza una exploración de su propia identidad, un nuevo extracto de los infinitos Ulises que pueblan el universo, pero que no va ni quiere ir a una guerra sino en búsqueda de sus raíces. Ese relato incluye varios invitados: el propio relator, con una relación de amor frustrada en su lugar de origen; su padre, un subastador de mucho temperamento y excesiva opinión personal sobre las obras de arte, algo inapropiado para esa función, sobre todo si se expresa a viva voz durante las ventas de un producto; dos tíos, uno referí y otro guardavidas, y un abuelo con su acordeón y poncho a cuestas. Este pariente es el eje de una historia de amor difícil pero finalmente triunfante, es un hombre que viaja hacia América desde Italia y deja allí a su prometida con la promesa de que la convocará ni bien se instale para juntarse en la nueva tierra de redención. Las cartas sin embargo no llegan, ocultadas por la familia de la novia, hasta que finalmente ésta se entera de su existencia y se conecta de nuevo con él y logra viajar y concretar su reencuentro con el amor. Esa narración se acompaña de un viaje a Italia, muchos años después de esa historia, del propio relator, que recorre ese camino de sus abuelos en sentido inverso y que se encuentra con familiares y festeja de algún modo aquel final feliz del romance de sus antepasados.
      
Para todos esos personajes, Dayub, gracias a sus sólidos recursos de actor, y al uso de  vestuarios que al momento de cubrir el cuerpo promueven nuevas voces, gestualidades o modos de comportarse, nos va ofreciendo un semblante particular, un rasgo propio de cada uno de ellos. Un trabajo excelente, que le ha exigido una muy buena preparación física y que culmina con una breve caminata suya sobre una cinta que recorre el pasillo de la sala, desde el escenario hasta el final. Ni que decir, que además de estos despliegues histriónicos del actor, están acompañados  en todo momento por la atractiva y lúdica atmósfera escénica de la puesta de César Brie, un especialista en concebir configuraciones de mucha sugestión a partir de objetos y materiales distintos (acá hay mueble rodante de cuyas cajas salen infinidad de ropajes y otras cosas), y todo eso teniendo como fondo escenográfico el creado por Graciela Galán, una pantalla que ofrece la profundidad cósmica de un cielo nocturno sembrado de estrellas y diversos estallidos o destellos lumínicos que juegan con la idea del festejo o la celebración. Un espectáculo sencillo y profundo en su mensaje, de exacta precisión estética y técnica, y, por lo tanto, movilizador de genuinas emociones.

                                                                                                                                 Alberto Catena
 

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