El test

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El test. De Jordin Vallejo. Versión y dirección de Daniel Veronese. Intérpretes: Carlos Belloso, Viviana Saccone, Jorge Suarez y María Zubiri. Diseño de escenografía: Rodrigo González Garillo. Diseño de iluminación: Eli Sirlin. Diseño de vestuario: Betiana Dearti. Producción: Sebastián Blutrach. Multiteatro.

       Dentro de la habitual presencia de autores catalanes en las últimas temporadas teatrales de Buenos Aires, este verano se ha sumado la del joven comediante Jordi Vallejo Duarri, guionista habitual de cine y televisión en España, con su obra El test, que estrenó en Barcelona en 2015 con notable éxito y luego paseó con el mismo suceso por toda la península y Madrid. En una línea teatral que hace recordar a otro homónimo en el primer nombre conocido por estas orillas, Jordi Galcerán, cuyas obras El crédito y El idiota ya vimos en El Picadero, Vallejo, posiblemente por su hábito de escribir bastante para la televisión, nos acerca un teatro menos complejo en sus fines y arquitectura que su colega y coterráneo, pero más efectivo en su relación con el público, en su búsqueda de repercusión humorística, que es la que persigue una comedia. Este rasgo tiene sus bemoles y consecuencias, sobre todo a la hora de pensar en los personajes y las situaciones, que con frecuencia son muy debilitados en su caracterización, algo que suele ser habitual en el género pero no una necesidad absoluta.

      El test nos plantea un conflicto en torno a las infinitas tentaciones que nos ofrece el dinero de obtenerlo a cualquier precio moral y su poder para desarmar las resistencias que las convicciones éticas que hombres o mujeres pueden levantar frente a sus asedios. Y como dice su título, es un examen o prueba de personalidad a que es sometido un matrimonio formado por una pareja de clase media, Héctor y Paula, por un inversionista millonario amigo de los dos, Antonio, que los invita a decidir qué prefieren: ¿qué les dé cien mil dólares ya, en ese instante, para que hagan con esa suma lo que quieren, o esperar diez años a que ese monto se les entregue ya transformado en un millón de dólares? Antonio ha tomado prestado ese test de la psicóloga Berta, la última de sus conquistas y una joven algo trepadora, que, pocos minutos después de que Antonio les hace la pregunta a los cónyuges, aparecerá en la escena transformándose en el cuarto personaje de esta obra. Según la psicóloga, cuyas simplificadas certezas serán luego puestas en ridículo por Héctor, el que acepta de inmediato una propuesta así es un débil y fracasado y el que espera un seguro triunfador en la vida.

       Veamos un poco las características de los personajes: Héctor es un cuarentón de clase media que intenta, por lo momento infructuosamente, que le vaya bien en un bar en el que ha invertido todas sus energías y dinero de un crédito que ha endeudado al matrimonio. Paula trabaja y milita en una de esas ONG dedicadas al equilibro del medio ambiente. Él es un pragmático y acepta recibir ese dinero ya porque le solucionaría todos sus problemas de inmediato. Ella, que no conoce el origen de ese dinero, seguramente procedente de la especulación u otra vertiente poco limpia, desconfía de la idea de aceptar el ofrecimiento, pero en última instancia podría aceptar la segunda opción pensando en que dentro de diez años podrá servirle a su hija para comprarse un departamento. En esta puja, a la que Vallejo le saca en sus ocurrencias los mejores réditos, es dónde se convoca al público a reflexionar, riéndose, sobre las tremendas distorsiones que es capaz de consentir el ser humano carente de principios y en un estado de necesidad. Siempre a través de procedimientos que llevan los rasgos de los personajes a ciertos extremos de caricatura, como ocurre con Héctor y Paula, o de imprecisión, porque nunca se sabe por qué Antonio hizo tanta plata, aunque sepamos que en la sociedad contemporánea hay múltiples vías de multiplicar una fortuna, la mayor parte de ellas fronterizas con el delito, e innumerables candidatos a recorrer esos caminos.

        Sí se sabe que es amigo de Antonio de Héctor desde hace muchos años y que también estuvo enamorado de Paula. Esta trama amorosa, que lleva la trama a resultados bastantes previsibles, se abrirá un camino dentro de la obra que es paralelo al del test e irá, a su modo, explicando la actitud de Antonio de redoblar la apuesta que hace sobre su ofrecimiento inicial, en un gesto que hace recordar al de Robert Redford en la película Propuesta indecente. La versión local de la pieza, realizada por Daniel Veronese, respeta el papel preponderante que tiene el personaje de Héctor en el libro, y es entendible, porque en sus observaciones y salidas están condensadas las mayores ingeniosidades de la historia, aunque con un visible desbalance en el equilibrio con los demás personajes. En este caso, el personaje está a cargo de Jorge Suarez, un extraordinario actor, que le saca el jugo a todas las ocasiones que el texto le da para lucirse, a veces parecería que con cierto engolosinamiento, que tal vez Veronese debió morigerar un poco, si es que eso se puede lograr en un intérprete con tamaña energía y capacidad histriónica. Belloso, en una composición que es poco habitual en él, se ajusta a su personaje con mucha sobriedad, lo cual, sin duda, es un mérito. De las dos mujeres, y en un trabajo en ambas meritorio, es Viviana Saccone, por su aplomada experiencia, la que más provecho le arranca a su criatura, la más rescatable de todas a pesar de sus ingenuidades. Dos virtudes más: la muy cuidada y elegante escenografía de Rodrigo Gonzáles Garillo y la luminosidad siempre certera de Eli Sirlin.

                                                                       Alberto Catena

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