Fanny y el almirante

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Fanny y el almirante. De Luis Longhi. Dirección: Tatiana Santana. Intérpretes: Luis Longhi, Rosario Albornoz, Karina Antonelli y Lalo Moro. Coreografía: Laura Figueiras. Escenografía: Andrea Mercado. Vestuario y maquillaje: Ana Nieves Ventura. Iluminación: Sebastián Iñigo. Asistente de dirección: Roberto González Segura. Teatro La Máscara. Duración: 60 minutos.

      La desgraciada vida de Fanny Navarro, la famosa actriz argentina de cine, teatro y televisión que brilló en el período peronista y falleció en 1971 luego de haber sido sometida a toda clase de acosos por el revanchismo que sobrevino a la caída de Perón, ya ha sido abordada en una documentada biografía y algunos aspectos de su existencia o su carrera también en teatro o cine. Ninguno de esos abordajes, sin embargo, había tomado el camino de la farsa o el grotesco para tratar su historia, como lo hace la puesta de Tatiana Santana tomando como base la escritura de Luis Longhi.

     Aunque, bien pensada, la obra parece, antes que una mirada en torno a la vida de Fanny Navarro, una reflexión acerca de la locura. La que produce el poder en quienes, al mandar sobre los otros o tener potestad sobre sus existencias, creen ser dioses a los que no ata ningún límite, y la de quienes pierden el equilibrio por ser víctimas de las violencias y arbitrariedades que los anteriores ejercen en su cuerpo o espíritu. Y en ese aspecto, la farsa unida al grotesco, en una suerte de fusión estética, sirven para realzar ciertos rasgos de desmesura trágicómica que, de otro modo, no se podrían subrayar.

     Los dos personajes que aquí marcan los puntos de esa polaridad son dos; el almirante Isaac Francisco Rojas (1906-1993) y la actriz Fanny Navarro, mencionada al principio de esta nota. El primero fue vicepresidente del gobierno surgido tras el golpe de Estado realizado por los militares en 1955  contra Juan Domingo Perón, y que sus autores, con mucha indulgencia en la caracterización de sus fines, denominaron Revolución Libertadora. Y también responsable de varias de sus múltiples atrocidades. La intérprete era una figura del mundo del espectáculo que había generado un enorme odio entre los enemigos del peronismo, sobre todo por su amistad con Eva Perón y la relación amorosa con su hermano, Juan Duarte.

    La pieza los refleja en pleno desarrollo de aquel proceso golpista que intentó desperonizar al país y llega a juntarlos en un encuentro que parecería no haber ocurrido nunca pero del que la ficción se vale para recorrer su cometido simbólico. Antes, no obstante, los muestra en escenas separadas. Rojas, interpretado por el propio autor de la obra, delira, frente a un guardiamarina que es su asistente, amenazando con los bombardeos que jura desatará contra determinados objetivos si sus adversarios no se rinden. Es una suerte de monigote histriónico –como aquel oficial psicópata que interpreta Robert Duvall en Apocalipsis Now- que cree que su obra demoledora tiene una suerte de belleza intrínseca, celestial.

    Fanny Navarro está descrita en una etapa en que se siente y con toda razón perseguida por esa dictadura y ya muestra síntomas de desequilibrio en su conducta, comenzando por esa compulsión que tiene a imitar todo el tiempo a Eva Perón en sus discursos. En esta escena comparte sus inquietudes con su madre, en cuya casa vive. Luego, Rojas y Fanny son reunidos por la trama cuando el almirante –que siendo bastante bajo como el modelo real del que parte, tiene sin embargo un rostro que se parece bastante más a la del almirante Emilio Massera, otro marino siniestro de nuestra historia- convoca a Fanny a su despacho para hablarle de arte. Eso como pretexto, porque, en rigor, lo que quiere es mostrarle la cabeza de Juan Duarte.

     Ese hecho de enorme sadismo realmente existió y fue protagonizado, por lo que se sabe, por el capitán Gandhi, un personaje demencial de la época, al que Rojas alude en la obra diciendo  que se ha anticipado a hacer lo que conoce el otro realizará. Estas licencias no empañan la buena factura de la pieza cuyo propósito de mantener su impronta en la línea estética elegida no tiene fisuras, aunque a veces el espectador pueda dudar si ese camino, tan efectivo para retratar el caso del almirante, es el más adecuado para acercarse a una figura como la de Fanny Navarro, cuyo vía crucis no parece ser el material más plástico para ejercer sobre él ese juego paródico y eso a pesar de que nunca se nota falta de respeto a la figura de la cantante y estrella.

      Dentro de esa línea general marcada por la elección del género, las actuaciones se despliegan con indiscutible eficacia, en especial en los dos trabajos principales (el de Luis Longhi como Rojas y de Rosario Albornoz como Fanny), bien secundados por Lalo Moro como el guardiamarina y Karina Antonelli como la madre. Hay un muy buen diseño del vestuario para los actores y una escenografía compuesta por cajones distribuidos a lo largo de la escena que no derrocha imaginación, pero sirve al personaje del almirante para dibujar en lo alto su largo ballet de locura.

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