Lo mejor de mi está por llegar

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Lo mejor de mi está por llegar. Dramaturgia: Jorge Acebo y Juan Carlos Rivera. Actriz: Florencia Galiñanes. Composición musical y música en vivo: Maximiliano Pugliese. Cámara en vivo: Nicolás Condito. Realización y edición audiovisual: Fernando Fernández Ferreira. Diseño de iluminación: Paula Fraga. Diseño de Vestuario: Priscila Iaria. Dirección: Jorge Acebo. Teatro El Arenal, Juan Ramírez de Velasco 444.

El título de la obra que comentamos va seguido en el programa de mano de una aclaración que alerta al espectador: la obra que verá es una versión libre y contemporánea de la tragedia Medea, de Eurípides. Una necesaria y oportuna indicación que permite, desde un comienzo, saber que lo que se nos va a contar es la historia de una nueva Medea, una de las miles y miles que podrían contar sus infortunios en la injusta y violenta sociedad patriarcal de estos días y cuyas desgracias son con frecuencia reflejados en las crónicas rojas o en los casos de femicidio narrados por los diarios, la televisión o las redes sociales. No por nada la pieza, en atención a lo actual y lacerante del asunto que trata, tan antiguo como las Euménides que clamaban por la necesidad de vengar los crímenes e injusticias cometidos en familia, ha sido declarada de interés social y cultural por la denominada Confederación Parlamentaria de América y cuenta con el apoyo de varias organizaciones de mujeres del país.
     
Hoy existe un cierto consenso en que Eurípides fue, de los tres grandes trágicos griegos, el que con mayor osadía y libertad puso en un plano de plena visibilidad teatral en la antigüedad clásica la opresión de las mujeres, permitiéndoles hablar de una manera distinta sobre sus desgarros, dolores y postergaciones, además de hacerlo con una profundidad dramática que le garantizó un permanencia prolongada en el tiempo. Eso logró que la historia, superando la inicial reticencia que provocó en el público de Atenas el estremecedor tema tratado, se convirtiera luego en una creación famosa y admirada, capaz de interpelar a los espectadores de diversas épocas y de provocarles una intensa conmoción con los hechos que relata, a la vez  que el imprescindible ejercicio de reflexionar sobre lo que ve.
     
Todavía, y tal vez como ha pasado en todos los siglos en que la obra se dio, lo más duro de afrontar para el público es la decisión de Medea de castigar la infidelidad de Jasón, su marido, matando a sus propios hijos.  Es un golpe demoledor, que atraviesa como un rayo el corazón de cualquier espectador. El crimen, en una versión más atenuada del mito original, se atribuía a los familiares de Creonte, que encolerizados por la muerte del rey en su intento de salvar a su hija Glauce, presa de una sustancia enviada en un regalo de Medea que le quemaba todo el cuerpo, asesinan a los chicos, los dos varones en la leyenda. En otra variante del relato se menciona un sacrificio religioso llevado a cabo por los corintios. Pero Eurípides prefirió la opción más terrible, que es la de involucrar a la madre en la muerte de sus hijos. Y lo hace con la intención de describir hasta qué grado de atrocidad puede llegar un alma desesperada (en este caso la de una mujer) por el  sometimiento, la crueldad, el abandono y la deslealtad de quien ama.
     
La Medea de Lo mejor de mí está por venir, aunque también responda a ese nombre, no es la hechicera del texto griego, esa leona extranjera atada a una pasión desenfrenada. Es una niña de campo, de un pueblo próximo a Bragado, un espíritu ingenuo que vive feliz entre los sembrados de amapolas y las tareas que le demanda su padre cada jornada. Y que, al llegar a la adolescencia es violada por un reputado médico de la zona al que conoce en una fiesta popular y que más tarde se acerca a la casa de ella a pedir el consentimiento de su progenitor para poder desposarla. No es aquella Medea, pero puede llegar a serlo, pues a partir del instante en que empieza a convivir con su cónyuge, además de darle un hijo y una hija, se convierte en virtual esclava de él, un objeto de toda clase de humillaciones físicas y psicológicas. 
     
La primitiva ingenuidad de la joven, que trata en el inicio de entender la conducta brutal de su marido, se va descascarando poco a poco hasta desembocar en un epílogo idéntico al que elabora Eurípides. La libre versión de Acebo y Rivera ha respetado ese final, pero como cabe en  una relectura del mito que intenta extraerle todas las consecuencias que puedan ayudar a comprender mejor el tema en la actualidad, incluye otras novedades que, tal vez, aumentan más de la cuenta la monstruosidad de ese Jasón de Bragado. Y no porque los actos que se le señalan no sean posibles y se puedan concentrar en una sola persona –la realidad demuestra de sobra que sí-, sino porque revelan demasiado el propósito estigmatizador de los autores, hecho que en teatro siempre atenta contra una buena economía de los recursos y la sutileza del texto. Ese hombre no engaña a Medea con otra Glauce, como en el texto clásico, es el viudo de una mujer a la que le infligía los mismos tormentos que a la actual esposa. Y para colmo parece que la ha matado. Y, además, es un abusador de su propia hija.
    
Fuera de estos detalles, la versión es lograda en otros aspectos. Tiene una puesta en el estilo de una multimedia, que utiliza distintos procedimientos para contar la historia. No solo lo hace través del relato de la única actriz del espectáculo, Florencia Galiñanes (que compone con consistente calidad expresiva y fuerza dramática a su Medea), sino también utilizando diversas proyecciones sobre la cruda pared de ladrillo del lugar, que reflejan tanto del rostro de la joven tomado por una cámara que la filma en vivo y variados paisajes de su pueblo natal. Toda esa visión, que evoca pasajes de la memoria emocional del personaje, es acompañado con distintos motivos musicales que toca un músico con su guitarra eléctrica en el escenario. Solo en algunos tramos, la intensidad de lo sonoro empasta un poco la claridad del discurso de la actriz cuando se superponen, cosa que a veces se remedia con la emisión de la voz de ella grabada en off. Un detalle técnico totalmente subsanable, que no daña la buena factura y cuidado general de la puesta.
                                                                                 A.C.

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