En busca del tiempo perdido

Tecnología

Desconexión. Lecturas multitudinarias en silencio, almuerzos sin celular y hasta leyes en algunos países de Europa que reconocen el derecho a no responder mensajes ni llamadas luego del trabajo. El objetivo es privilegiar los vínculos reales antes que los virtuales.

A partir de enero de este año, los trabajadores franceses gozan del derecho a «desconectarse» fuera del horario laboral. Así, una vez concluida la jornada de trabajo no habrá obligación de responder correos electrónicos o contestar el celular aunque los jefes lo requieran. De esta manera, se pone un freno a las demandas y exigencias que terminan por dinamitar el tiempo de ocio, de estudio o dedicado a las relaciones familiares. Conocida como la «ley El Khomri», por el apellido de la ministra de Trabajo que la propuso, Myriam El Khomri, la nueva normativa se basan en que las tecnologías de la información y de la comunicación, «si están mal controladas, pueden tener un impacto para la salud de los asalariados». Por eso, ahora cada empresa deberá regular su uso en consenso con los trabajadores».
«Cuando leí esta noticia sobre la nueva ley en Francia me alegró. El no tener que estar de guardia pasiva con el teléfono disponible para contestar cosas de trabajo, que finalmente es una intrusión en la vida privada, es muy bueno, porque el trabajo tiene que tener un horario que empiece y termine, así después la persona queda libre de utilizar su tiempo de distintas maneras», señala en diálogo con Acción Elsa Wolfberg, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina y presidenta del Capítulo de Psiquiatría Preventiva de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.

El tema no es nuevo y en todas partes del mundo se lo empieza a reconocer como un punto importante en las relaciones laborales actuales que se encuentran atravesadas por la tecnología. De hecho, en febrero de este año, a poco de entrar en vigencia la ley francesa, la consultora de recursos humanos Adecco publicó un informe de elaboración propia realizado en agosto de 2016 que reveló que 8 de cada 10 argentinos sigue conectado después de su horario de trabajo. Además, indica el estudio, «el 48%, luego de cumplir con su horario laboral pautado, no sigue trabajando, pero queda pendiente del celular por si surge algún imprevisto, en tanto que el 29% sigue trabajando desde el celular o notebook y solo el 23% afirma no trabajar fuera de su horario». El mismo relevamiento asegura también que «a un 39% suele resultarle difícil equilibrar el tiempo que dedica al trabajo y a la familia y un 36% no encuentra nunca un equilibro».
«Suena casi utópico pensar en esto en nuestro país y en el mundo. Pero es una iniciativa muy interesante, que rompe el molde y va hacia otro lado. Hoy estamos todos conectados todo el tiempo y si el teléfono nos falla y no tenemos WI-FI nos desesperamos», aseguró Alexandra Manera, directora de Recursos Humanos de Adecco Argentina, en oportunidad de conocerse los resultados del informe sobre la situación a nivel local y agregó que «si bien se están generando algunas acciones de desconexión como en bares y restaurantes e incluso en los núcleos familiares, veremos qué pasa en Francia y hacia donde nos lleva este tema».

Para Wolfberg, el estar conectado todo el tiempo atenta seriamente contra las personas que se quieren, sean amigos, pareja o familias. «Todo el mundo está enchufado a un aparato con otro receptor que no es el que tiene al lado, con lo cual merma el tiempo de contacto, de interlocución, de diálogo. Nadie va a suprimir la tecnología, porque también da muchos beneficios, obviamente, pero es muy importante que el sujeto administre este recurso y no se deje abusar por demandas que se van naturalizando, es como si uno tuviera la puerta abierta todo el tiempo y entra cualquiera a su casa», asegura.

De acuerdo con los especialistas, muchas veces la conexión permanente ni siquiera es con un otro, puede ser con un juego o con alguna información. «Esto es flagrante en familias con hijos adolescentes que están comiendo y cada cual mirando su celular, es una forma de alienación. Tengo amigos que han impuesto que en la hora de la cena cada uno deje su celular en una especie de canasto, como precondición, porque si no cada uno se mete en una burbuja narcisista y deja de interactuar con el otro y lo virtual adquiere mayor realidad que la realidad misma», subraya Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra de la Universidad de París XII e integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Leer, comer, hablar
Desde hace un tiempo, de manera incipiente, la tendencia a desconectarse fue ganando terreno. Desde casamientos donde la condición es dejar los celulares apagados durante la fiesta, pasando por sitios de veraneo donde no hay Internet ni posibilidad de usar un teléfono móvil, hasta restaurantes donde se ofrecen descuentos para aquellos valientes que dejen el aparatito lejos de las mesas. Tal es el caso de Fifí Almacén, un restaurante ubicado en Palermo, cuyo chef y dueño, Luciano Combi, hizo descuentos a sus comensales durante más de un año cuando estos decidían dejar el teléfono en una suerte de cajita de madera que decía «Desenchufate, dejá tu celular».
«La idea era ofrecerle un descuento a la gente en los días de semana, en el horario del almuerzo para que dejaran el celular e hicieran foco en la experiencia que vivían en el restaurante, que se concentraran en la charla, en la comida, en pasarla bien. Hubo un montón de reacciones, la propuesta no pasó inadvertida, alguna gente nos empezó a pedir los cajoncitos para implementar esto en la casa», sostiene Combi en charla con Acción.

Otra de las iniciativas llevadas adelante a nivel local en pos de la desconexión es la propuesta de Disconnect, un movimiento creado por el argentino Andrés Wind y el estadounidense Jeb Koogler que organizan Silent Reading Parties o Fiestas de Lectura Silenciosa. Hasta el momento han realizado tres de estos eventos, uno en un espacio cultural de Palermo y otros dos nada más y nada menos que en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA, al que asistieron más de 400 personas.
«Esto también se hace en Estados Unidos, solo que allá consiste en juntarse a realizar una lectura colectiva. A nosotros nos pareció interesante promover la desconexión también. No somos extremistas, no proponemos bajarse de todas las redes sociales o dejar el celular absolutamente, nuestro mensaje apunta a realizar un balance propio, personal, entre el uso de la tecnología y el conectarse con lo real, con las relaciones humanas», cuenta Wind desde Berlín, donde trabaja como barista.

Según relata en diálogo con Acción este joven argentino, al comienzo la gente entra a las «maratones de lectura desconectadas» como expectante, curioseando para todos lados y luego, a la salida, aseguran sentirse muy gratificados. «Creo que es totalmente posible empezar a relajar el uso de la tecnología; acá en Berlín, en el café donde trabajo, la gente está más relajada, te encontrás con amigos y no están tan pendientes de los celulares, incluso las personas que van en el tren o en el subte va leyendo un libro o el diario, no están clavadas usando el WhatsApp», indica.

«La desconexión permite empezar a saber quién es el otro, porque en un grupo familiar los hijos o la pareja por más próximos que estén no dejan de ser otros. Me acuerdo de las viejas películas de cowboys donde entraban y todos dejaban las armas; bueno, es algo así, dejemos las armas a un lado y dialoguemos pacífica y tranquilamente y sin esta interferencia del mundo externo que en realidad me parece que está ahí para llenar un vacío, no cumple otra función.  Cuando las personas se desconecten por ahí no tengan nada que decirse o por ahí surja una comunicación mucho más fluida, la idea es que se produzca un vacío y que ese vacío sea generador de un contacto. Me parece que actualmente mucha gente no tolera el vacío, esto se ve cuando se viaja en un medio de transporte, sea un colectivo o el subte, todo el mundo está enfrascado en su pantalla como si tuviese que llenar ese tiempo compulsivamente y en realidad se vuelve una actitud adictiva», concluye Tesone.

 

M.C.S.

 

Crédito fotográfico: Sandra Rojo