Ángel Di María: El lugarteniente de Leo

Deportes

“Fideo” Di Maria no sólo se destaca en el poderoso Real Madrid sino que es un puntal insustituible de la Selección Argentina. Conocemos los primeros pasos, la proyección y los desafíos de este rosarino campeón mundial juvenil, olímpico con la selección y reciente ganador de la Champions League.

Alexis, Nicolás, Gere, Brian, Mauri y Diego están en la tribuna, rodeados de hinchas que viven el momento con naturalidad, pero para ellos es la primera vez y todo les resulta llamativo. Se acerca la hora del partido y los equipos saltan al campo de juego, saludan al público y los seis estallan en un llanto desconsolado. Jorgelina Cardozo, la novia del protagonista de esta historia, es la única que repara en la emoción de quienes comparten con ella ese pequeño espacio de tribuna en el Santiago Bernabeu, estadio del Real Madrid. Los once titulares se forman y ellos solo miran al que viste la camiseta 22, Ángel Di María, el único de los siete integrantes de la banda que formaban durante la infancia que llegó a ser jugador de fútbol como soñaban en aquel momento. 


El Diablito, apodo con el que se lo conocía de pequeño, nació el 14 de febrero de 1988 al sur de Rosario, en el barrio obrero de La Cerámica, donde se ubica la Perdriel, una calle con fama de pesada por la que transitó infinidad de veces en compañía de sus inseparables amigos. A pesar de estar gran parte del día en movimiento, siempre le sobraba energía y muchas veces terminaba rompiendo cosas en la casa o en la escuela por su hiperactividad. “Angelito era muy inquieto. Estaba siempre de acá para allá, pateando una pelota o cambiándose de lugar en el aula de la escuela. Era una bolsa de nervios. Hasta que un día el médico me dijo: ‘Su hijo tiene que hacer algún deporte y estará más tranquilo’. Y en lugar de llevarlo a Karate, preferimos que jugara al fútbol”, recordó Diana Di María, su mamá, en una entrevista con el diario Olé.


A partir de esta recomendación médica, los padres de Di María eligieron un club ubicado en el barrio Alberdi Oeste, a pocas cuadras de la casa que habitaban en aquel momento, conocido como El Torito. Este club abrió sus puertas oficialmente el 17 de agosto de 1975, aunque los lugareños aseguran que existía desde mucho antes como espacio para jugar a la Bochas. En primera instancia la camiseta que lo identificaba era roja y blanca a rayas verticales, pero las deslumbrantes actuaciones de Holanda en el mundial organizado por Argentina en 1978 motivaron que sus fundadores cambiaran por otra de color naranja, en homenaje al equipo que a pesar de la ausencia de Johan Cruyff logró un desempeño destacado. Esa misma casaca fue la que se puso Angelito a los 4 años para dar sus primeros pasos en el fútbol.


Desde un primer momento se destacó por su movilidad, buena técnica con la pelota y, principalmente, por su velocidad. Empezó a marcar diferencias sobre sus compañeros y tres años después de haber comenzado a jugar llegó el momento clave para su carrera: la final de la liga local ante Rosario Central. Ese día marcó los dos goles con los que ganaron el partido, uno de ellos olímpico, y despertó el interés de Angel Tulio Zof, el entrenador más importante de la historia del Canalla, que luego del encuentro fue hasta la casa para convencer a sus padres de que lo llevaran a jugar a Central. Finalmente se pusieron de acuerdo y el pase se hizo a cambio de 18 pelotas para El Torito, algo totalmente alejado de los valores que se manejan en la actualidad, pero que le dieron al club que sigue peleando para tener su propio predio la chance de seguir jugando.


Ese paso adelante en su incipiente carrera significó un gran sacrificio para la familia, que a pesar de todo nunca dejó de acompañarlo. “Cuando Angel tenía 9 o 10 años yo sentaba a mi hija en el canasto de la bicicleta y a él en la parte de atrás y los llevaba pedaleando hasta el campo de entrenamiento en Granadero Baigorria. Eran 10 kilómetros todos los días para que no faltara. Después, gracias a la carbonería, pudimos comprar una motito y era un poco más fácil llevarlo, pero fueron días de gran sacrificio en los que quizás no nos íbamos de vacaciones para poder seguirlo a todos lados en donde jugara”, confesó su mamá hace algunos años.


La carbonería de la que habla Diana cada vez que tiene que recordar aquella época es la que instaló Miguel para sostener a la familia durante 16 años. El padre de Angel también jugaba al fútbol, pero no pudo llegar a profesional porque una lesión le impidió debutar en River y por eso trabajó incansablemente para que su hijo pudiera alcanzar ese sueño. El galpón estaba ubicado en el fondo de la casa y cuando no entrenaba, Di María hijo también se metía en la carbonería y pala en mano llenaba bolsas para ayudar con el trabajo.

 

Tenía apenas 12 años y ya empezaba a comprender la importancia del sacrificio para alcanzar los objetivos.
A pesar de que ya estaba en un equipo importante seguía jugando con los amigos y soñaba con ser como el Kily González, un volante por izquierda surgido en Rosario Central que luego de un paso por Boca brillaba en el fútbol español por esos años y vestía, además, la camiseta de la selección argentina. Sin embargo las cosas no le resultaban fáciles, porque debido a su contextura física no era tenido en cuenta para competir en las inferiores del Canalla. De tan flaco que era y frágil que parecía mutó su apodo de Diablito al de Fideo y tuvo que jugar durante novena, octava y séptima en la Liga Rosarina de Fútbol. Recién en sexta división le dieron la oportunidad de mostrarse a nivel nacional y no la desaprovechó.


En 2005, Don Angel Tulio Zof llevaba adelante su octavo ciclo como DT del primer equipo y volvió a marcar un punto de quiebre en la carrera del desgarbado volante que ya era figura en las categorías menores al hacerlo debutar en primera división con tan solo 17 años. Fueron 18 minutos que le alcanzaron para no dejar más la primera división. Siguió ingresando como suplente e incluso jugó algunos partidos por Copa Libertadores hasta 2007, cuando se consolidó como titular y participó de casi todos los encuentros del Clausura de ese año. Tres goles en cinco partidos lo pusieron en la mira de los equipos europeos y finalmente fue comprado por el Benfica de Portugal, que pagó 2.000.000 de euros por el 80 % del pase. El desarraigo no fue fácil y mucho menos dejar a los amigos. “Como me iba les dije a mis amigos de toda la vida que nos hiciésemos el mismo tatuaje y así fue como nos pusimos en el antebrazo ‘Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida’”, contó Fideo sobre los días previos a su viaje a Europa. Tampoco se olvidó del esfuerzo de sus padres, a quienes hizo dejar de trabajar y les compró una casa cuando el fútbol le permitió ganar su primer dinero importante.


En los primeros meses no tuvo continuidad, pero cuando se afianzó demostró toda su categoría y se volvió una pieza clave del equipo que ganó la Copa de la Liga en dos oportunidades y la Liga de Portugal. En el medio comenzó a vestir la camiseta de la Selección Argentina, con la que conquistó el Mundial Sub 20, el oro Olímpico en Beijing y participó del mundial de mayores en Sudáfrica 2010. Tras esa experiencia fue comprado por uno de los clubes más importantes del mundo, el Real Madrid, y desde entonces se mantiene entre los jugadores más destacados del planeta. Con la camiseta del Merengue obtuvo la Liga española, la Copa del Rey dos veces, la Supercopa y recientemente la Liga de Campeones de Europa, décima en la historia del club luego de 12 años sin conquistarla. En esa final fue elegido el jugador más valioso, por lo que llega al seleccionado en su pico más alto de rendimiento, justo antes del inicio del mundial de Brasil.
A 22 años de haber comenzado a jugar en El Torito, Angel Di María construyó una sólida carrera como profesional en la que se ha convertido en el socio ideal de dos de los mejores jugadores del mundo en la actualidad: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Sin embargo, desde la humildad que lo ha caracterizado siempre se siente orgulloso de haber vuelto a un equipo titular en los juegos de fútbol de la Play después de 6 años de no aparecer. Allí, para seguir rindiendo al máximo, no necesita de las bananas que su madre le hacía comer cuando lo veía cansado.