Halo

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Como en cada nuevo disco, Juana Molina puede ser escuchada como una artista que hace más o menos siempre lo mismo o como alguien que siempre está en busca de nuevas experimentaciones sonoras. Quizás ambas aseveraciones sean totalmente ciertas. La primera indicaría que la ¿ex? actriz cómica (solo retomó la comedia hace un par de años para una publicidad) basa su música en la guitarra acústica, a la que acopla su arsenal electrónico, que no es poco, y en su propia voz, usada muchas veces más como instrumento que como vehículo de ideas y palabras. La segunda pondría el acento en el espíritu lúdico de sus eufonías digitales y en el uso de su voz —sus voces— como ambientación sonora. En cualquier caso, sería una artista al menos emparentada con la folktrónica, ese género que, con variaciones, combina sonidos acústicos, folklóricos de distintas latitudes, con el ritmo implacable del dance y/o las melodías etéreas del ambient.

Su séptimo disco, Halo, grabado entre su casa sustentable del norte del Gran Buenos Aires y un ostentoso living-estudio en medio de la nada texana, profundiza en las formas digitales, pero no abandona los sonidos de su guitarra, que de todos modos nunca fueron enteramente “puros”. Y si bien la mayoría de sus temas son cantados y tienen letra, lo que define la música de Juana Molina es la suma de las partes, que dan un todo homogéneo y universal porque no hay nada que “entender”. Una música que a través de sus ritmos, armonías y melodías lo que hace fundamentalmente es desencadenar climas, sensaciones, casi como si se tratara de música devocional.

Con la habitual compañía de Diego López de Arcaute en percusión y Odín Schwartz en bajo, guitarra y sintetizador, más la presencia como invitado del guitarrista John Dieterich, Molina transita con similar solvencia por paisajes sonoros minimalistas o monumentales, a menudo en un mismo tema. En Paraguaya, por ejemplo (Quemarás la ruda/ prepararás la poción/y en noches de lunas/ repetirás la oración.// Quemaré la ruda/ Prepararé mi poción/ si esta noche hay luna/ revertiré la ilusión”), lo hace sobre una base de percusión digital y cuerdas. Con un muy lindo fraseo del bajo, beats electrónicos y voces fantasmales, Sin dones se acelera al final y hasta tiene un amague de hip hop en el canto (“Sin dones/ si nacía sin el don de la belleza/ si la gracia de bailar/ no te había sido dada/ y si además de no bailar/ cuando cantabas no afinabas/ todas las otras cualidades se anulaban”). También hay fuerza y volumen en Andó, Estalactitas y A00 B01.

Lentísimo halo es quizás el mejor momento del disco, donde queda demostrado una vez más que un puñado de sonidos a bajo volumen, con la impronta del dolor blusero o de la tristeza del fado, no solo son suficientes sino que es la manera más efectiva y creativa de transmitir un sentimiento. Un clima también presente, casi ambient, aunque con una base bien electrónica, en Cálculos y oráculos (“Los cálculos y oráculos/ los números mejor/ decían que el bosque no/ decían que mejor/ no cruzáramos solos”). Y en In the Lassa, donde sobre un riff machacador se escuchan las voces “voladas” de Juana. Más festiva, casi pop, es Cosoco (“Todo lo que no fui/ y todo lo que no te di/ todo lo que estos años escondí/ esa manzana roja porque la comí/ aunque nunca mentí/ hay cosas que no quise decir/ y una equivocación/ es una humillación/ y una confusión/ podría ser el fin de nosotros dos”).

En el rubro “canciones”, el aspecto más folk de la folktrónica, aparecen Los pies helados (“Intentábamos/ no tiritar desabrigados/ los pies helados/ y quemábamos ramas de amor”); Cara de espejo (“Inocente/ no sabía/ que en la cara/ el alma se veía/ uno no sabe qué va a verse en un espejo/ pone la cara que espera ver en el reflejo”), y Al oeste (“Una ventana que mira al norte no tiene el sol/ aunque te digan que es la mejor ubicación/ al oeste está el sol/ al oeste está el sol/ al oeste está el sol.// A la mañana estoy durmiendo no veo el sol/ pasan las horas, lo veo, va llegando/ al oeste está el sol/ al oeste está el sol/ al oeste está el sol”).

Como en aquellos buenos viejos tiempos de la tele, en Halo no es solo una: es Juana y sus hermanas.

                                                                                                            Oscar Finkelstein

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