Lo niego todo

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El último disco de Joaquín Sabina

Otra muestra de su extraordinaria habilidad para hablar de sí mismo a la vez sensible e irónicamente, y así acompañar el gusto popular del momento, el nuevo disco del cantautor jaenense transita con comodidad los caminos de la eficiencia artística. A sus 68 años, Joaquín Sabina pretende revelar algunos de sus secretos, reconocer errores y miserias, desnudarse frente a su audiencia. Y tan bien lo hace, en letra y en música, que resulta irrefutable y verosímil.

Leiva, el productor musical de moda en España, le saca el jugo al estilo que es habitual en Sabina, una suma que va del pop rock a la balada, del blues al reggae o a la rumba apenas sugerida, aunque bien podría decirse que, en su esencia, Lo niego todo es un disco de rock… español. El poeta Benjamín Prado se anota como coautor en nueve de los doce temas del álbum, aunque está claro que quien “habla” en las canciones, quien lo niega todo, es Sabina. Pero un Sabina distinto, acaso más reflexivo, casi existencialista, tal como se lo escucha en ¿Qué estoy haciendo aquí?, Las noches de domingo acaban mal, Quien más quien menos, Lágrimas de mármol (“Dejé de hacerle selfies a mi ombligo / cuando el ictus lanzó su globo sonda / me duele más la muerte de un amigo / que la que a mí me ronda./ Con la imaginación, cuando se atreve / sigo mordiendo manzanas amargas / pero el futuro es cada vez más breve/ y la resaca, larga”).

Y se advierte especialmente en el tema que da nombre al disco, precandidato al éxito seguro: “Ni ángel con alas negras/ ni profeta del vicio/ ni héroe en las barricadas/ ni ocupa, ni esquirol/ ni rey de los suburbios/ ni flor del precipicio/ ni cantante de orquesta/ ni el Dylan español./ Ni el abajo firmante/ ni vendedor de humo/ ni juglar del asfalto/ ni rojo de salón/ ni escondo la pasión/ ni la perfumo/ ni he quemado mis naves/ ni sé pedir perdón (...) Si es para hacerme daño/ sé lo que me conviene/ he defraudado a todos,/ empezando por mí./ Ni soy un libro abierto/ ni quien tú te imaginas/ lloro con las más cursis/ películas de amor.// Lo niego todo/ aquellos polvos y estos lodos,/ lo niego todo/ incluso la verdad./ La leyenda del suicida/ y la del bala perdida/ la del santo beodo/ si me cuentas mi vida,/ lo niego todo”.

En tren de confesiones y arrepentimientos —quién sabe si un reflejo de la edad o una estrategia para seducir mujeres y vender discos, dos de sus máximas aficiones— Sabina vuelve sobre sus pasos y cuenta historias de amor truncas (Por delicadeza, Postdata), a veces con vocación de cronista, como en Leningrado: “Me doctoré en tus labios de ocasión/ en una sórdida pensión de Leningrado/ sin pasaporte y fuera de la ley/ pero borracho como un rey desheredado (…) No sé qué nos pasó ni cómo fue,/ que nos cruzáramos aquella noche loca/ balbuceamos cursiladas todo a cien/ y rodamos descosiéndonos la boca/ nos matábamos de ganas de vivir (…)Tú con boina, yo con barba, viva el Che,/recién conversos a la fe del hombre nuevo./ No había caído el Muro de Berlín/ ni reventado el polvorín de Sarajevo/ porque la revolución tenía un Talón de Aquiles al portador (…)No sé por qué sigo escribiendo esta canción/ pero me sangra el corazón/ cuando lo hurgo./ Supe que te casaste con un juez/ y Leningrado es otra vez San Petersburgo”.

                                                                                                                                      Oscar Finkelstein

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