Random, de Charly García

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Como a otras rutilantes figuras populares de diversas disciplinas, de Perón a Maradona, el show de las grietas y las antinomias argentinas también tiene como coprotagonista a Charly García. En un rincón, los que aplauden incondicionalmente, los que no aceptan una crítica por argumentada que esté; en el otro, los que dictaron su sentencia de muerte musical y no aceptan ni siquiera el indulto que puede significar una buena canción, o un buen disco. Charly, ese músico genial que pasó buena parte de las últimas dos décadas generando sobresaltos casi a cada paso, que fue noticia más por sus tormentosos asuntos personales que por su arte y que, para algunos milagrosamente y contra todo buen pronóstico, emergió de la profundidad más grande y oscura, volvió a las primeras planas con un nuevo disco.

Dados sus antecedentes inmediatos y no tanto, la noticia es más que alentadora. Por un lado, hay canciones nuevas de Charly después de siete años (Kill Gil, 2010). Por el otro, y a diferencia de lo sucedido con varios de sus discos desde mediados de los 90, en estas diez composiciones aparece, quizás a cuentagotas y de manera acaso aleatoria (random), parte de la identidad musical que empezó a mostrar al gran público con Sui Generis en 1972. Desde entonces, y durante alrededor de dos décadas (el final de esta etapa brillante hay quienes la ubican en Filosofía barata y zapatos de goma, su opus de 1990, y otros en La hija de la lágrima, de 1994), García no hizo más que superarse a sí mismo en términos de creatividad, diversidad y riesgo artístico. En cambio, lo que vino después, con algunas excepciones, acompañó de alguna manera el caos en el que aparentemente se había convertido su vida. 

En Random (García en casi todos los instrumentos, más la participación de Fernando Samalea en batería, Rosario Ortega en voz y Kiuge Hayashida Soiza en guitarra), tal vez persistan algunos resabios de ese universo caótico —por ejemplo en la necesidad de manipular su voz, con el indeseado efecto colateral de volverla por momentos irreconocible—, pero al mismo tiempo asoma el Charly cancionista (como en la bella Lluvia), con sus riffs pegadizos, sus melodías claras, su instrumentación limpia (sin esas múltiples capas sonoras con las que experimentó en las últimas dos décadas) y sus letras “de actualidad”.

En esta reconexión con su música más inspirada y con la realidad circundante y la propia, aparecen nuevamente su ironía y su mirada cruda, como en Amigos de Dios (“Cambio de canal pero sigue el recital/ ¿Con qué mierda drogan a la gente?/ El cojo avanza, el mudo tiene voz/ Todos se esconden abajo de un telón”); Primavera (“Ahora que estoy rehabilitado/ saldré de gira y otra vez/ Me encerrarán cuando se acabe/ y roben lo que yo gané”); Mundo B (“El pasado no me condena/ El presente no me da pena/ El futuro está asegurado/ y los muertos están comprados”), u Otro (“Yo quería ser fascista pero no me fue bien/ Después psicoanalista pero ahí me asusté/ La medicina quiere otro, otro, otro / otro en mi lugar”). En fin, después de algún tiempo con más sombras que luces, Random está destinado a ser uno de esos discos de Charly que no caerá en el olvido. 

                                                                                                                                 Oscar Finkelstein

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